El libro de las mil noches y una noche; t. 1
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¡Si tú vuelves sobre tus pasos, nosotros te imitaremos!¡Si tú cumples tu promesa, nosotros cumpliremos la nuestra!¡Pero si quisieras escaparte, no hemos de cejar hasta que te declares vencida!
Al oir estas palabras, la joven derribó la sartén y salió por el mismo sitio por donde había entrado, y el muro de la cocina se cerró de nuevo.
Cuando la esclava volvió de su desmayo, vió que se habían quemado los cuatro peces y estaban negros como el carbón.Y comenzó á decir: «¡Pobres pescados!¡pobres pescados!» Y mientras seguía lamentándose, he aquí que se presentó el visir, asomándose por detrás de su cabeza, y le dijo: «Llévale los peces al sultán.» Y la esclava se echó á llorar, y le contó al visir la historia de lo que había ocurrido, y el visir se quedó muy maravillado, y dijo: «Eso es verdaderamente una historia muy rara. » Y mandó buscar al pescador, y en cuanto se presentó el pescador, le dijo: «Es absolutamente indispensable que vuelvas con cuatro peces como los que trajiste la primera vez. » Y el pescador se dirigió hacia el lago, echó su red y la sacó conteniendo cuatro peces, que cogió y llevó al visir. Y el visir fué á entregárselos á la negra, y le dijo: «¡Levántate! ¡Vas á freirlos en mi presencia, para que yo vea qué asunto es este! » Y la negra se levantó, preparó los peces, y los puso al fuego en la sartén. Y apenas habían pasado unos minutos, he aquí que se hendió la pared, y apareció la joven, vestida siempre con las mismas vestiduras y llevando siempre la varita en la mano. Metió la varita en la sartén, y dijo: «¡Oh peces! ¡oh peces! ¿seguís cumpliendo vuestra antigua promesa? » Y los peces levantaron la cabeza y cantaron á coro esta estancia:
¡Si tú vuelves sobre tus pasos, nosotros te imitaremos!¡Si tú cumples tu juramento, nosotros cumpliremos el nuestro!¡Pero si reniegas de tus compromisos, gritaremos de tal modo que nos resarciremos!
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 7. ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado!que cuando los peces empezaron á hablar, la joven volcó la sartén con la varita, y salió por donde había entrado, cerrándose la pared de nuevo.Entonces el visir se levantó y dijo: «Esta es una cosa que verdaderamente no podría ocultar al rey.» Después marchó en busca del rey y le refirió lo que había pasado en su presencia.Y el rey dijo: «Tengo que ver eso con mis propios ojos.» Y mandó llamar al pescador y le ordenó que volviera con cuatro peces iguales á los primeros, para lo cual le dió tres días de plazo.Pero el pescador marchó en seguida al lago, y trajo inmediatamente los cuatro peces.Entonces el rey dispuso que le dieran cuatrocientos dinares, y volviéndose hacia el visir, le dijo: «Prepara tú mismo delante de mí esos pescados.» Y el visir contestó: «Escucho y obedezco.» Y entonces mandó llevar la sartén delante del rey, y se puso á freir los peces, después de haberlos limpiado bien, y en cuanto estuvieron fritos por un lado, los volvió del otro.Y de pronto se abrió la pared de la cocina y salió un negro semejante á un búfalo entre los búfalos, ó á un gigante de la tribu de Had, y llevaba en la mano una rama verde, y dijo con voz clara y terrible: «¡Oh peces! ¡oh peces! ¿Seguís sosteniendo vuestra antigua promesa? » Y los peces levantaron la cabeza desde el fondo de la sartén, y dijeron: «Cierto que sí, cierto que sí. » Y declamaron á coro estos versos:
¡Si tú vuelves hacia atrás, nosotros volveremos!¡Si tú cumples tu promesa, nosotros cumpliremos la nuestra!¡Pero si te resistes, gritaremos tanto que acabarás por ceder!
Después el negro se acercó á la sartén, la volcó con la rama, y los peces se abrasaron, convirtiéndose en carbón.El negro se fué entonces por el mismo sitio por donde había entrado.Y cuando hubo desaparecido de la vista de todos, dijo el rey: «Es éste un asunto sobre el cual, verdaderamente, no podríamos guardar silencio.Además, no hay duda que estos peces deben tener una historia muy extraña.» Y entonces mandó llamar al pescador, y cuando se presentó el pescador, le dijo: «¿De dónde proceden estos peces?» El pescador contestó: «De un estanque situado entre cuatro colinas, detrás de la montaña que domina tu ciudad.» Y el rey, volviéndose hacia el pescador, le dijo: «¿Cuántos días se tarda en llegar á ese sitio?» Y dijo el pescador: «¡Oh sultán, señor nuestro!Basta con media hora.» El sultán quedó sorprendidísimo, y mandó á sus soldados que marchasen inmediatamente con el pescador. Y el pescador iba muy contrariado, maldiciendo en secreto al efrit. Y el rey y todos partieron y subieron á una montaña, y bajaron hasta una vasta llanura que en su vida habían visto anteriormente. Y el sultán y los soldados se asombraron de esta extensión desierta, situada entre cuatro montañas, y de aquel estanque en que jugaban peces de cuatro colores: rojos, blancos, azules y amarillos. Y el rey se detuvo y preguntó á los soldados y á cuantos estaban presentes: «¿Hay alguno de vosotros que haya visto anteriormente ese lago en este lugar? » Y todos respondieron: «¡Oh, no! » Y el rey dijo: «¡Por Alah! No volveré jamás á mi capital ni me sentaré en el trono de mi reino sin averiguar la verdad sobre este lago y los peces que encierra. » Y mandó á los soldados que cercaran las montañas, y los soldados así lo hicieron. Entonces el rey llamó á su visir. Porque este visir era hombre sabio, elocuente, versado en todas las ciencias. Cuando se presentó entre las manos del rey, éste le dijo: «Tengo intención de hacer una cosa, y voy á enterarte de ella. Deseo aislarme completamente esta noche y marchar yo solo á descubrir el misterio de este lago y sus peces. Por consiguiente, te quedarás á la puerta de mi tienda, y dirás á los emires, visires y chambelanes: «El sultán está indispuesto y me ha mandado que no deje pasar á nadie. » Y á ninguno revelarás mi intención. » De este modo el visir no podía desobedecer. Entonces el rey se disfrazó, y ciñéndose su espada, se escabulló de entre su gente sin que nadie lo viese. Y estuvo andando toda la noche sin detenerse hasta la mañana, en que el calor, demasiado excesivo, le obligó á descansar. Después anduvo durante todo el resto del día y durante la segunda noche hasta la mañana siguiente. Y he aquí que vió á lo lejos una cosa negra, y se alegró de ello y dijo: «Es probable que encuentre allí á alguien que me contará la historia del lago y sus peces. » Y al acercarse á esta cosa negra vió que aquello era un palacio enteramente construído con piedras negras, reforzado con grandes chapas de hierro, y que una de las hojas de la puerta estaba abierta y la otra cerrada. Entonces se alegró mucho, y parándose ante la puerta, llamó suavemente; pero como no le contestasen, llamó por segunda y por tercera vez. Después, y como seguían sin contestar, llamó una cuarta vez, pero con gran violencia, y nadie contestó tampoco. Entonces se dijo: «No hay duda, este palacio está desierto. » Y en seguida, tomando ánimos, penetró por la puerta del palacio y llegó á un pasillo, y allí dijo en alta voz: «¡Ah del palacio! Soy un extranjero, un caminante, que pide provisiones para continuar su viaje. » Después reiteró su demanda por segunda y tercera vez, y como no le contestasen, afirmó su corazón y fortificó su alma, y siguió por aquel corredor hasta el centro del palacio. Y no encontró á nadie. Pero vió que todo el palacio estaba suntuosamente revestido de tapices y que en el centro de un patio interior había un estanque coronado por cuatro leones de oro rojo, de cuyas fauces brotaba un chorro de agua que semejaba de perlas y pedrería. En torno veíanse numerosos pájaros, pero no podían volar fuera del palacio por impedírselo una gran red tendida por encima de todo. Y el rey se maravilló al ver aquellas cosas, aunque afligiéndose por no encontrar á alguien que le pudiese revelar el enigma del lago, de los peces, de las montañas y del palacio. Después se sentó entre dos puertas, y meditó profundamente. Pero de pronto oyó una queja muy débil que parecía brotar de un corazón dolorido, y oyó una voz dulce que cantaba quedamente estos versos:
¡Mis sufrimientos ¡ay!no he podido ocultarlos, y mi mal de amores fué revelado!...¡Y ahora el sueño se aparta de mis ojos para convertirse en insomnio constante!
¡Oh amor!¡Viniste al oir mi voz, pero cuánta tortura dejaste en mis pensamientos!
¡Ten piedad de mí!¡Déjame gustar del reposo!¡Y sobre todo, no vayas á visitar á Aquélla que es toda mi alma, para hacerla padecer!¡Porque Ella es mi consuelo en las penas y peligros!
Cuando el rey oyó estas quejas amargas, se levantó y se dirigió hacia el lugar de donde procedían.Llegó hasta una puerta cubierta por un tapiz.Levantó el tapiz, y en un gran salón vió un joven que estaba reclinado en un gran lecho.Este joven era muy hermoso; su frente parecía una flor, sus mejillas igual que la rosa, y en medio de una de ellas tenía un lunar como una gota de ámbar negro. Ya lo dijo el poeta:
¡El joven es esbelto y gentil!¡Sus cabellos de tinieblas son tan negros que forman la noche!¡Su frente es tan blanca que ilumina la noche!¡Nunca los ojos de los hombres presenciaron una fiesta como el espectáculo de sus gracias!
¡Le conocerás entre todos los jóvenes por el lunar que tiene en la rosa de su mejilla, precisamente debajo de uno de sus ojos!
Al verle, el rey, muy complacido, le dijo: «¡La paz sea contigo!» Y el joven siguió echado en la cama, vistiendo un traje de seda bordado de oro.Con un acento de tristeza que parecía extenderse por toda su persona, devolvió el saludo al rey y dijo: «¡Oh señor!Perdona que no me pueda levantar!» Pero el rey contestó: «¡Oh joven!Entérame de la historia de ese lago y de sus peces de colores, así como del misterio de este palacio y de la causa de tu soledad y de tus lágrimas.» Al oirlo, el joven derramó nuevas lágrimas, que corrían á lo largo de sus mejillas, y el rey se asombró y le dijo: «¡Oh joven!¿qué es lo que te hace llorar?» Y el joven respondió: «¿Cómo no he de llorar, si me veo en este estado?» Y el joven, alargando las manos hacia el borde de su túnica, la levantó.Y entonces el rey vió que toda la mitad inferior del joven era de mármol, y la otra mitad, desde el ombligo hasta el cabello de la cabeza, era de un hombre. Y el joven dijo al rey: «Sabe ¡oh señor! que la historia de los peces es una cosa tan extraordinaria, que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior del ojo, á fin de que todo el mundo la viera, sería una gran lección para el observador cuidadoso. »
Y el joven contó la historia que sigue:
«Sabe, ¡oh señor!que mi padre era rey de esta ciudad.Se llamaba Mahmud, y era rey de las Islas Negras y de estas cuatro montañas.Mi padre reinó sesenta años, y después se extinguió en la misericordia del Retribuidor.Después de su muerte, fuí yo sultán y me casé con la hija de mi tío.Me quería con amor tan poderoso, que si por casualidad tenía que separarme de ella, no comía ni bebía hasta mi regreso.Y así siguió bajo mi protección durante cinco años, hasta que fué un día al hammam, después de haber mandado al cocinero que preparase los manjares para nuestra cena.Entré en el palacio, y reclinándome en el lugar de costumbre, mandé á dos esclavas que me hicieran aire con los abanicos.Una se puso á mi cabeza y otra á mis pies.Pero pensando en la ausencia de mi esposa, se apoderó de mí el insomnio, y no pude conciliar el sueño, porque ¡si mis ojos se cerraban, mi alma permanecía en vela! Oí entonces á la esclava que estaba detrás de mi cabeza hablar de este modo á la que estaba á mis pies: «¡Oh Masauda! ¡Qué desventurada juventud la de nuestro dueño! ¡Qué tristeza para él tener una esposa como nuestra ama, tan pérfida y tan criminal! » Y la otra respondió: «¡Maldiga Alah á las mujeres adúlteras! Porque esa infame nunca podrá tener un hombre mejor que nuestro dueño, y sin embargo se pasa las noches en el lecho de unos y otros. » Y la primera esclava dijo: «Nuestro dueño debe de ser muy impasible cuando no hace caso de las acciones de esa mujer. » Y repuso la otra: «Pero ¿qué dices? ¿Puede sospechar siquiera nuestro amo lo que hace ella? ¿Crees que la dejaría en libertad de obrar así? Has de saber que esa pérfida pone siempre algo en la copa en que bebe nuestro amo todas las noches antes de acostarse. Le echa banj[30] y le hace dormir con eso. En tal estado, no puede saber lo que ocurre, ni adónde va ella, ni lo que hace. Entonces, después de darle á beber el banj, se viste y se va, dejándole solo, y no vuelve hasta el amanecer. Cuando regresa, le quema una cosa debajo de la nariz para que la huela, y así despierta nuestro amo de su sueño. »
En el momento que oí, ¡oh señor!lo que decían las esclavas, se cambió en tinieblas la luz de mis ojos.Y deseaba ardientemente que viniera la noche para encontrarme de nuevo con la hija de mi tío.Por fin volvió del hammam.Y entonces se puso la mesa, y estuvimos comiendo durante una hora, dándonos mutuamente de beber, como de costumbre.Después pedí el vino que solía beber todas las noches antes de acostarme, y ella me acercó la copa.Pero yo me guardé muy bien de beber, y fingí que la llevaba á los labios, como de costumbre, pero lo derramé rápidamente por la abertura de mi túnica, y en la misma hora y en el mismo instante me eché en la cama, haciéndome el dormido.Y ella dijo entonces: «¡Duerme!¡Y así no te despiertes nunca más!¡Por Alah, te detesto!Y detesto hasta tu imagen, y mi alma está harta de tu trato.» Después se levantó, se puso su mejor vestido, se perfumó, se ciñó una espada, y abriendo la puerta del palacio se marchó.En seguida me levanté yo también, y la fuí siguiendo hasta que hubo salido del palacio.Y atravesó todos los zocos, y llegó por fin hasta las puertas de la ciudad, que estaban cerradas.Entonces habló á las puertas en un lenguaje que no entendí, y los cerrojos cayeron y las puertas se abrieron, y ella salió.Y yo eché á andar detrás de ella, sin que lo notase, hasta que llegó á unas colinas formadas por los amontonamientos de escombros, y á una torre coronada por una cúpula y construída de ladrillos.Ella entró por la puerta, y yo me subí á lo alto de la cúpula, donde había una terraza, y desde allí me puse á vigilarla. Y he aquí que ella entró en la habitación de un negro muy negro. Este negro era horrible, tenía el labio superior como la tapadera de una marmita, y el inferior como la marmita misma, ambos tan colgantes, que podían escoger los guijarros entre la arena. Estaba podrido de enfermedades y tendido sobre un montón de cañas de azúcar. Al verle, la hija de mi tío besó la tierra entre sus manos, y él levantó la cabeza hacia ella, y le dijo: «¡Desdichas sobre ti! ¿Cómo has tardado tanto? He convidado á los negros, que se han bebido el vino y se han entrelazado ya con sus queridas. Y yo no he querido beber por causa tuya. » Ella contestó: «¡Oh dueño mío, querido de mi corazón! ¿no sabes que estoy casada con el hijo de mi tío, que detesto hasta su imagen y que me horroriza estar con él? Si no fuese por el temor de hacerte daño, hace tiempo que habría derruído toda la ciudad, en la que sólo se oiría la voz de la corneja y el mochuelo, y además habría transportado las ruinas al otro lado del Cáucaso. » Y contestó el negro: «¡Mientes, infame! Juro por el honor y por las cualidades viriles de los negros, y por nuestra infinita superioridad sobre los blancos, que como vuelvas á retrasarte otra vez, á partir de este día, repudiaré tu trato y no pondré mi cuerpo encima del tuyo. ¡Oh pérfida traidora! De seguro que te has retrasado para saciar en otra parte tus deseos de hembra. ¡Qué basura! ¡Eres la más despreciable de las mujeres blancas! » Después la cogió debajo de él. Y llegó entre ellos aquello que llegó. »
Así narraba el príncipe dirigiéndose al rey.Y prosiguió de este modo:
«Cuando oí toda aquella conversación y vi con mis propios ojos eso que siguió entre ambos, el mundo se convirtió en tinieblas para mí y no supe ni dónde estaba.En seguida la hija de mi tío rompió á llorar y á lamentarse humildemente entre las manos del negro, y le decía: «¡Oh amante mío, orgullo de mi corazón!¡No tengo á nadie mas que á ti!¡Si me despidieses me moriría!¡Oh amor mío!¡Luz de mis ojos!» Y no cesó en su llanto ni en sus súplicas hasta que la hubo perdonado.Entonces, llena de alegría, se levantó, se quitó todos los vestidos, incluso el calzón, y se quedó completamente desnuda.Y dijo después: «Amo mío, ¿tienes con qué alimentar á tu esclava?» Y contestó el negro: «Levanta la tapadera de la cacerola, allí encontrarás un guisado de huesos de ratones, que ha de satisfacerte.En ese jarro que ves ahí hay buza[31] y la puedes beber. » Y ella comió y bebió, y fué á lavarse las manos. Después se acostó sobre el montón de cañas, y completamente desnuda se acurrucó contra el negro, cubriéndose con unos harapos infectos.
Al ver todas estas cosas que hacía la hija de mi tío, no pude contenerme más, y bajando de la cúpula y precipitándome en la habitación, cogí la espada que llevaba la hija de mi tío, resuelto á matar á ambos. Y comencé por herir primeramente al negro, dándole un tajo en el cuello, y creí que había perecido... »
En este momento de su narración, Schahrazada vió aproximarse la mañana, y se calló discretamente.Y cuando lució la mañana, Schahriar entró en la sala de justicia, y el diván estuvo lleno hasta el fin del día.Después el rey volvió á palacio, y Doniazada dijo á su hermana: «Te ruego que prosigas tu relato.» Y ella respondió: «De todo corazón, y como homenaje debido.»
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 8. ª NOCHE
Schahrazada dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado!que el joven encantado dijo al rey:
«Al herir al negro para cortarle la cabeza, corté efectivamente su piel y su carne, y creí que lo había matado, porque lanzó un estertor horrible.Y á partir de este momento, nada sé sobre lo que ocurrió.Pero al día siguiente vi que la hija de mi tío se había cortado el pelo y se había vestido de luto.Después me dijo: «¡Oh hijo de mi tío!No censures lo que hago, porque acabo de saber que se ha muerto mi madre, que á mi padre lo han matado en la guerra santa, que uno de mis hermanos ha fallecido de picadura de escorpión y que el otro ha quedado enterrado bajo las ruinas de un edificio; de modo que tengo motivos para llorar y afligirme. » Fingiendo que la creía, le dije: «Haz lo que creas más conveniente, pues no he de prohibírtelo. » Y permaneció encerrada con su luto, sus lágrimas y sus accesos de dolor durante todo un año, desde su comienzo hasta el otro comienzo. Y transcurrido el año, me dijo: «Deseo construir para mí una tumba en este palacio; allí podré aislarme con mi soledad y mis lágrimas, y la llamaré la Casa de los Duelos. » Yo le dije: «Haz lo que tengas por conveniente. » Y se mandó construir esta Casa de los Duelos, coronada por una cúpula, y conteniendo un subterráneo como una tumba. Después transportó allí al negro, que no había muerto, pues sólo había quedado muy enfermo y muy débil, aunque en realidad ya no le podía servir de nada á la hija de mi tío. Pero esto no le impedía estar bebiendo á todas horas vino y buza. Y desde el día en que le herí no podía hablar y seguía viviendo, pues no le había llegado todavía su hora. Ella iba á verle todos los días, entrando en la cúpula, y sentía á su lado accesos de llanto y de locura, y le daba bebidas y condimentos. Así hizo, por la mañana y por la noche, durante todo otro año. Yo tuve paciencia durante este tiempo; pero un día, entrando de improviso en su habitación, la oí llorar y arañarse la cara, y decir amargamente estos versos:
¡Partiste, ¡oh muy amado mío!y he abandonado á los hombres y vivo en la soledad, porque mi corazón no puede amar nada desde que partiste, ¡oh muy amado mío!
¡Si vuelves á pasar cerca de tu muy amada, recoge por favor sus despojos mortales, en recuerdo de su vida terrena, y dales el reposo de la tumba donde tú quieras, pero cerca de ti, si vuelves á pasar cerca de tu muy amada!
¡Que tu voz se acuerde de mi nombre de otro tiempo para hablarme en la tumba!¡Oh, pero en mi tumba sólo oirás el triste sonido de mis huesos al chocar unos con otros!
Cuando hubo terminado su lamentación, desenvainé la espada, y le dije: «¡Oh traidora!sólo hablan así las infames que reniegan de sus amores y pisotean el cariño.» Y levantando el brazo, me disponía á herirla, cuando ella, descubriendo entonces que había sido yo quien hirió al negro, se puso de pie, pronunció unas palabras misteriosas, y dijo: «Por la virtud de mi magia, que Alah te convierta mitad piedra y mitad hombre.» É inmediatamente, señor, quedé como me ves.Y ya no puedo valerme ni hacer un movimiento, de suerte que no estoy ni muerto ni vivo.Después de ponerme en tal estado, encantó las cuatro islas de mi reino, convirtiéndolas en montañas, con ese lago en medio de ellas, y á mis súbditos los transformó en peces. Pero hay más. Todos los días me tortura azotándome con una correa, dándome cien latigazos, hasta que me hace sangrar. Y después me pone sobre las carnes una camisa de crin, cubriéndola con la ropa. »
El joven se echó entonces á llorar y recitó estos versos:
¡Aguardando tu sentencia y tu justicia, ¡oh mi Señor!sufro pacientemente, pues tal es tu voluntad!
¡Pero me ahogan mis desgracias!¡Y sólo puedo recurrir á ti, ¡oh Señor!¡oh Alah, adorado por nuestro bendito Profeta!
El rey dijo entonces al joven: «Has añadido una pena á mis penas; pero dime: ¿dónde está esa mujer?» Y respondió el mancebo: «En la tumba, donde está el negro, debajo de la cúpula.Todos los días viene á esta habitación, me desnuda, y me da cien latigazos, y yo lloro y grito, sin poder hacer un movimiento para defenderme.Después de martirizarme, se va junto al negro, llevándole vinos y licores hervidos.» Entonces exclamó el rey: «¡Oh excelente joven!¡Por Alah!voy á hacerte un favor tan memorable, que después de mi muerte pasará al dominio de la Historia.» Y ya no añadió más, y siguió la conversación hasta que se acercó la noche.Después se levantó el rey y aguardó que llegase la hora nocturna de las brujas. Entonces se desnudó, volvió á ceñirse la espada, y se fué hacia el sitio donde se encontraba el negro. Había allí velas y farolillos colgados, y también perfumes, incienso y distintas pomadas. Se fué derechamente al negro, le hirió, le atravesó, y le hizo vomitar el alma. En seguida se lo echó á hombros, y lo arrojó al fondo de un pozo que había en el jardín. Después volvió á la cúpula, se vistió con las ropas del negro, y se paseó durante un instante á todo lo largo del subterráneo, tremolando en su mano la espada completamente desnuda.
Transcurrida una hora, la desvergonzada bruja llegó á la habitación del joven.Apenas hubo entrado, desnudó al hijo de su tío, cogió el látigo y empezó á pegarle.Entonces él gritaba: «¡No me hagas sufrir más!¡Bastante terrible es mi desgracia!¡Ten piedad de mí!» Ella respondió: «¿La tuviste de mí?¿Respetaste á mi amante?Así, pues, ¡toma, toma!» Después le puso la túnica de crin, colocándole la otra ropa por encima, é inmediatamente marchó al aposento del negro, llevándole la copa de vino y la taza de plantas hervidas.Y al entrar debajo de la cúpula, se puso á llorar é imploró: «¡Oh dueño mío, háblame, hazme oir tu voz!» Y recitó dolorosamente estos versos:
¡Oh corazón mío!¿ha de durar mucho esta separación tan angustiosa?¡El amor con que me traspasaste es un tormento que supera mis fuerzas!¿Hasta cuándo seguirás huyendo de mí?¡Si sólo querías mi dolor y mi amargura, ya serás feliz, pues bien se han cumplido tus deseos!
Después rompió en sollozos y volvió á implorar: «¡Oh dueño mío!Háblame, que yo te oiga.» Entonces el supuesto negro torció la lengua y empezó á imitar el habla de los negros: «¡No hay fuerza ni poder sin la ayuda de Alah!» La bruja, al oir hablar al negro después de tanto tiempo, dió un grito de júbilo y cayó desvanecida, pero pronto volvió en sí, y dijo: «¿Es que mi dueño está curado?» Entonces el rey, fingiendo la voz y haciéndola muy débil, dijo: «¡Oh miserable libertina!No mereces que te hable.» Y ella dijo: «Pero ¿por qué?» Y él contestó: «Porque siempre estás castigando á tu marido, y él da voces, y esto me quita el sueño toda la noche hasta la mañana.De otro modo, ya habría yo recobrado las fuerzas.Eso precisamente me impide contestarte.» Y ella dijo: «Pues ya que tú me lo mandas, lo libraré del estado en que se encuentra.» Y él contestó: «Sí, líbralo, y recobraremos la tranquilidad.» Y dijo la bruja: «Escucho y obedezco.» Después salió de la cúpula, marchó al palacio, cogió una taza de cobre llena de agua, pronunció unas palabras mágicas, y el agua empezó á hervir como hierve en la marmita.Entonces echó un poco de esta agua al joven, y dijo: «¡Por la fuerza de mi conjuro, te mando que salgas de esa forma y recuperes la primitiva!» Y el joven se sacudió todo él, se puso de pie, y exclamó muy dichoso al verse libre: «¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el profeta de Alah! ¡Sean con Él la bendición y la paz de Alah! Y ella dijo: «¡Vete, y no vuelvas por aquí, porque te mataré! » Y se lo gritó en la cara. Entonces el joven se fué de entre sus manos. Y he aquí todo lo referente á él.
En cuanto á la bruja, volvió en seguida á la cúpula, descendió al subterráneo, y dijo: «¡Oh dueño mío!levántate, que te vea yo.» Y el rey contestó muy débilmente: «Aún no has hecho nada.Queda otra cosa para que recobre la tranquilidad.No has suprimido la causa principal de mis males.» Y ella dijo: «¡Oh amado mío!¿cuál es esa causa principal?» Y el rey contestó: «Esos peces del lago, los habitantes de la antigua ciudad y de las cuatro islas, no dejan de sacar la cabeza del agua, á medianoche, para lanzar imprecaciones contra ti y contra mí.Y ése es el motivo de que no recobre yo las fuerzas.Libértalos, pues.Entonces podrás venir á darme la mano y ayudarme á levantar, porque seguramente habré vuelto á la salud.»
Cuando la bruja oyó estas palabras, que creía del negro, exclamó muy alegre: «¡Oh dueño mío!pongo tu voluntad sobre mi cabeza y sobre mis ojos.» E invocando el nombre de Bismillah, se levantó muy dichosa, echó á correr, llegó al lago, cogió un poco de agua, y...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 9. ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado!que cuando la bruja cogió un poco de agua y pronunció unas palabras misteriosas, los peces empezaron á agitarse, irguiendo la cabeza, y acabaron por convertirse en hijos de Adán, y en la hora y en el instante se desató la magia que sujetaba á los habitantes de la ciudad.Y la ciudad se convirtió en una población floreciente, con magníficos zocos bien construidos, y cada habitante se puso á ejercer su oficio.Y las montañas volvieron á ser islas como en otro tiempo.Y hete aquí todo lo que hubo respecto á esto.Por lo que se refiere á la bruja, ésta volvió junto al rey, y como le seguía tomando por el negro, le dijo: «¡Oh querido mío!Dame tu mano generosa para besarla.» Y el rey le respondió en voz baja: «Acércate más á mí.» Y ella se aproximó.Y el rey cogió de pronto su buena espada, y le atravesó el pecho con tal fuerza, que la punta le salió por la espalda.Después, dando un tajo, la partió en dos mitades.
Hecho esto, salió en busca del joven encantado, que le esperaba de pie.Entonces le felicitó por su desencantamiento, y el joven le besó la mano y le dió efusivamente las gracias. Y le dijo el rey: «¿Quieres marchar á tu ciudad, ó acompañarme á la mía? » Y el joven contestó: «¡Oh rey de los tiempos! ¿sabes cuánta distancia hay de aquí á tu ciudad? » Y dijo el rey: «Dos días y medio. » Entonces le dijo el joven: «¡Oh rey! si estás durmiendo, despierta. Para ir á tu capital emplearás, con la voluntad de Alah, todo un año. Si llegaste aquí en dos días y medio, fué porque esta población estaba encantada. Y cuenta, ¡oh rey! que no he de apartarme de ti ni siquiera el instante que dura un parpadeo. » El rey se alegró al oirlo, y dijo: «¡Bendigamos á Alah, que ha dispuesto te encontrase en mi camino! Desde hoy serás mi hijo, ya que Alah no me los ha querido dar hasta ahora. » Y se echaron uno en brazos del otro, y se alegraron hasta el límite de la alegría.
Dirigiéronse entonces al palacio del rey que había estado encantado.Y el joven anunció á los notables de su reino que iba á partir para la santa peregrinación á la Meca.Y hechos los preparativos necesarios, partieron él y el rey, cuyo corazón anhelaba el regreso á su país, del que estaba ausente hacía un año.Marcharon, pues, llevando cincuenta mamalik[32] cargados de regalos. Y no dejaron de viajar día y noche durante un año entero, hasta que avistaron la ciudad. El visir salió con los soldados al encuentro del rey, muy satisfecho de su regreso, pues había llegado á temer no verle más. Y los soldados se acercaron, y besaron la tierra entre sus manos, y le desearon la bienvenida. Y entró en el palacio y se sentó en su trono. Después llamó al visir y le puso al corriente de cuanto le había ocurrido. Cuando el visir supo la historia del joven, le dió la enhorabuena por su desencantamiento y su salvación.
Mientras tanto, el rey gratificó á muchas personas, y después dijo al visir: «Que venga aquel pescador que en otro tiempo me trajo los peces.» Y el visir mandó llamar al pescador que había sido causa del desencantamiento de los habitantes de la ciudad.Y cuando se presentó le ordenó el rey que se acercase, y le regaló trajes de honor, preguntándole acerca de su manera de vivir y si tenía hijos.Y el pescador dijo que tenía un hijo y dos hijas.Entonces el rey se casó con una de sus hijas, y el joven se casó con la otra.Después el rey conservó al pescador á su lado y le nombró tesorero general.En seguida envió á su visir á la ciudad del joven, situada en las Islas Negras, y le nombró sultán de aquellas islas, escoltándole los cincuenta mamalik con numerosos trajes de honor para todos aquellos emires.El visir, al despedirse, besó ambas manos del sultán y salió para su destino.Y el rey y el joven siguieron juntos, muy felices con sus esposas, las dos hijas del pescador, gozando una vida de venturosa tranquilidad y cordial esparcimiento.En cuanto al pescador, nombrado tesorero general, se enriqueció mucho y llegó á ser el hombre más rico de su tiempo. Y todos los días veía á sus hijas, que eran esposas de reyes. ¡Y en tal estado, después de numerosos años completos, fué á visitarles la Separadora de los amigos, la Inevitable, la Silenciosa, la Inexorable! ¡Y ellos murieron!
Pero no creáis que esta historia—prosiguió Schahrazada—sea más maravillosa que la del mandadero.
HISTORIA DEL MANDADERO Y LAS TRES DONCELLAS
Había en la ciudad de Bagdad un hombre que era soltero y además mozo de cordel.
Un día entre los días, mientras estaba en el zoco, indolentemente apoyado en su espuerta, se paró delante de él una mujer con un ancho manto de tela de Mosul, en seda sembrada de lentejuelas de oro y forro de brocado.Levantó un poco el velillo de la cara y aparecieron por debajo dos ojos negros, con largas pestañas, y ¡qué párpados!Era esbelta, sus manos y sus pies muy pequeños, y reunía, en fin, un conjunto de perfectas cualidades.Y dijo con su voz llena de dulzura: «¡Oh mandadero!coge la espuerta y sígueme.» Y el mandadero, sorprendidísimo, no supo si había oído bien, pero cogió la espuerta y siguió á la joven, hasta que se detuvo á la puerta de una casa. Llamó y salió un nusraní[33], que por un dinar le dió una medida de aceitunas, y ella las puso en la espuerta, diciendo al mozo: «Lleva eso y sígueme.» Y el mandadero exclamó: «¡Por Alah!¡Bendito día!» Y cogió otra vez la espuerta y siguió á la joven.Y he aquí que se paró ésta en la frutería y compró manzanas de Siria, membrillos osmaní, melocotones de Omán, jazmines de Alepo, nenúfares de Damasco, cohombros del Nilo, limones de Egipto, cidras sultaní, bayas de mirto, flores de alheña, anémonas rojas de color de sangre, violetas, flores de granado y narcisos.Y lo metió todo en la espuerta del mandadero, y le dijo: «Llévalo.» Y él lo llevó y la siguió, hasta que llegaron á la carnicería, donde dijo la joven: «Corta diez artal de carne»[34]Y el carnicero corto los diez artal, y ella los envolvió en hojas de banano, los metió en la espuerta, y dijo: «Llévalo, ¡oh mandadero!» Y él lo llevó así y la siguió, hasta encontrar un vendedor de almendras, al cual compró la joven toda clase de almendras, diciendo al mozo: «Llévalo y sígueme.» Y cargó otra vez con la espuerta y la siguió, hasta llegar á la tienda de un confitero, y allí compró ella una bandeja y la cubrió de cuanto había en la confitería: enrejados de azúcar con manteca, pastas aterciopeladas perfumadas con almizcle y deliciosamente rellenas, bizcochos llamados sabun, pastelillos, tortas de limón, confituras sabrosas, dulces llamados muchabac, bocadillos huecos llamados lucmet-el-kadí, otros cuyo nombre es assabihzeinab, hechos con manteca, miel y leche.Después colocó todas aquellas golosinas en la bandeja, y la bandeja encima de la espuerta.Entonces el mandadero dijo: «Si me hubieras avisado, habría alquilado una mula para cargar tanta cosa.» Y la joven sonrió al oirlo.Después se detuvo en casa de un destilador y compró diez clases de aguas: de rosas, de azahar y otras muchas, y varias bebidas embriagadoras, como asimismo un hisopo para aspersiones de agua de rosas almizclada, granos de incienso macho, palo de áloe, ámbar gris y almizcle, y finalmente velas de cera de Alejandría.Todo lo metió en la espuerta, y dijo al mozo: «Lleva la espuerta y sígueme.» Y el mozo la siguió, llevando siempre la espuerta, hasta que la joven llegó á un palacio, todo de mármol, con un gran patio que daba al jardín de la parte de atrás.Todo era muy lujoso, y el pórtico tenía dos hojas de ébano adornadas con chapas de oro rojo.
La joven llamó, y las dos hojas de la puerta se abrieron.El mandadero vió entonces que había abierto la puerta otra joven, cuyo talle, elegante y gracioso, era un verdadero modelo, especialmente por sus pechos redondos y salientes, su gentil apostura, su belleza, y todas las perfecciones de su talle y de todo lo demás.Su frente era blanca como la primera luz de la luna nueva, sus ojos como los ojos de las gacelas, sus cejas como la luna creciente del Ramadán, sus mejillas como anémonas, su boca como el sello de Soleimán, su rostro como la luna llena al salir, sus dos pechos como granadas gemelas. En cuanto á su vientre juvenil, elástico y flexible, se ocultaba bajo la ropa como una carta preciada bajo el rollo que la envuelve.
Por eso, á su vista, notó el mozo que se le iba el juicio y que la espuerta se le venía al suelo.Y dijo para sí: «¡Por Alah!¡En mi vida he tenido un día tan bendito como el de hoy!»
Entonces esta joven tan admirable dijo á su hermana la proveedora y al mandadero: «¡Entrad, y que la acogida aquí sea para vosotros tan amplia como agradable!»
Y entraron, y acabaron por llegar á una sala espaciosa que daba al patio, adornada con brocados de seda y oro, llena de lujosos muebles con incrustaciones de oro, jarrones, asientos esculpidos, cortinas y unos roperos cuidadosamente cerrados. En medio de la sala había un lecho de mármol incrustado con perlas y esplendorosa pedrería, cubierto con un dosel de raso rojo. Sobre él estaba extendido un mosquitero de fina gasa, también roja, y en el lecho había una joven de maravillosa hermosura, con ojos babilónicos, un talle esbelto como la letra aleph, y un rostro tan bello, que podía envidiarlo el sol luminoso.Era una estrella brillante, una noble hermosura de Arabia, como dijo el poeta:
¡El que mida tu talle, ¡oh joven!y lo compare por su esbeltez con la delicadeza de una rama flexible, juzga con error á pesar de su talento!¡Porque tu talle no tiene igual, ni tu cuerpo un hermano!
¡Porque la rama sólo es linda en el árbol y estando desnuda!¡Mientras que tú eres hermosa de todos modos, y las ropas que te cubren son únicamente una delicia más!
Entonces la joven se levantó, y llegando junto á sus hermanas, les dijo: «¿Por qué permanecéis quietas?Quitad la carga de la cabeza de ese hombre.» Entonces entre las tres le aliviaron del peso.Vaciaron la espuerta, pusieron cada cosa en su sitio, y entregando dos dinares al mandadero, le dijeron: «¡Oh mandadero!vuelve la cara y vete inmediatamente.» Pero el mozo miraba á las jóvenes, encantado de tanta belleza y tanta perfección, y pensaba que en su vida había visto nada semejante.Sin embargo, chocábale que no hubiese ningún hombre en la casa.En seguida se fijó en lo que allí había de bebidas, frutas, flores olorosas y otras cosas buenas, y admirado hasta el límite de la admiración, no tenía maldita la gana de marcharse.
Entonces la mayor de las jóvenes le dijo: «¿Por qué no te vas?¿Es que te parece poco el salario?» Y se volvió hacia su hermana, la que había hecho las compras, y le dijo: «Dale otro dinar.» Pero el mandadero replicó: «¡Por Alah, señoras mías!Mi salario suele ser la centésima parte de un dinar, por lo cual no me ha parecido escasa la paga. Pero mi corazón está pendiente de vosotras. Y me pregunto cuál puede ser vuestra vida, ya que vivís en esta soledad y no hay hombre que os haga compañía. ¿No sabéis que un minarete sólo vale algo con la condición de ser uno de los cuatro de la mezquita? Pero ¡oh señoras mías! no sois más que tres, y os falta el cuarto. Ya sabéis que la dicha de las mujeres nunca es perfecta si no se unen con los hombres. Y, como dice el poeta, un acorde no será jamás armonioso como no se reunan cuatro instrumentos: el arpa, el laúd, la cítara y la flauta. Vosotras, ¡oh señoras mías! sólo sois tres, y os falta el cuarto instrumento: la flauta. ¡Yo seré la flauta, y me conduciré como hombre prudente, lleno de sagacidad é inteligencia, artista hábil que sabe guardar un secreto! »
Y las jóvenes le dijeron: «¡Oh mandadero!¿no sabes tú que somos vírgenes?Por eso tenemos miedo de fiarnos de algo.Porque hemos leído lo que dicen los poetas: «Desconfía de toda confidencia, pues un secreto revelado es secreto perdido.»
Pero el mandadero exclamó: «¡Juro por vuestra vida, ¡oh señoras mías!que yo soy un hombre prudente, seguro y leal!He leído libros y he estudiado crónicas.Sólo cuento cosas agradables, callándome cuidadosamente las cosas tristes.Obro en toda ocasión según dice el poeta:
¡Sólo el hombre bien dotado sabe callar el secreto! ¡Sólo los mejores entre los hombres saben cumplir sus promesas!
¡Yo encierro los secretos en una casa de sólidos candados, donde la llave se ha perdido y la puerta está sellada!»
Y escuchando los versos del mandadero, muchas otras estrofas que recitó y sus improvisaciones rimadas, las tres jóvenes se tranquilizaron; pero para no ceder en seguida, le dijeron: «Sabe, ¡oh mandadero!que en este palacio hemos gastado el dinero en enormes cantidades.¿Llevas tú encima con qué indemnizarnos?Sólo te podremos invitar con la condición de que gastes mucho oro.¿Acaso no es tu deseo permanecer con nosotras, acompañarnos á beber, y singularmente hacernos velar toda la noche, hasta que la aurora bañe nuestros rostros?» Y la mayor de las doncellas añadió: «Amor sin dinero no puede servir de buen contrapeso en el platillo de la balanza.» Y la que había abierto la puerta dijo: «Si no tienes nada, vete sin nada.» Pero en aquel momento intervino la proveedora, y dijo: «¡Oh hermanas mías!Dejemos eso, ¡por Alah!pues este muchacho en nada ha de amenguarnos el día.Además, cualquier otro hombre no habría tenido con nosotras tanto comedimiento.Y cuando le toque pagar á él, yo lo abonaré en su lugar.»
Entonces el mandadero se regocijó en extremo, y dijo á la que le había defendido: «¡Por Alah!A ti te debo la primer ganancia del día. » Y dijeron las tres: «Quédate, ¡oh buen mandadero! y te tendremos sobre nuestra cabeza y nuestros ojos. » Y en seguida la proveedora se levantó y se ajustó el cinturón. Luego dispuso los frascos, clarificó el vino por decantación, preparó el lugar en que habían de reunirse cerca del estanque, y llevó allí cuanto podían necesitar. Después ofreció el vino y todo el mundo se sentó, y el mandadero en medio de ellas, en el vértigo, pues se figuraba estar soñando.
Y he aquí que la proveedora ofreció la vasija del vino y llenaron la copa y la bebieron, y así por segunda y por tercera vez.Después la proveedora la llenó de nuevo y la presentó á sus hermanas, y luego al mandadero.Y el mandadero, extasiado, improvisó esta composición rimada:
¡Bebe este vino! ¡Él es la causa de toda nuestra alegría! ¡Él da al que lo bebe fuerzas y salud! ¡Él es el único remedio que cura todos los males!
¡Nadie bebe el vino, origen de toda alegría, sin sentir las emociones más gratas! ¡La embriaguez es lo único que puede saturarnos de voluptuosidad!
Después besó las manos á las tres doncellas, y vació la copa.En seguida, aproximándose á la mayor, le dijo: «¡Oh señora mía!¡Soy tu esclavo, tu cosa y tu propiedad!» Y recitó estas estrofas en honor suyo:
¡A tu puerta espera de pie un esclavo de tus ojos, acaso el más humilde de tus esclavos!
¡Pero conoce á su dueña! ¡El sabe cuánta es su generosidad y sus beneficios! ¡Y sobre todo, sabe cómo se lo ha de agradecer!
Entonces ella le dijo, ofreciéndole la copa: «Bebe, ¡oh amigo mío!y que la bebida te aproveche y la digieras bien.Que ella te dé fuerzas para el camino de la verdadera salud.»
Y el mandadero cogió la copa, besó la mano á la joven, y una voz dulce y modulada cantó quedamente estos versos:
¡Yo ofrezco á mi amiga[35] un vino resplandeciente como sus mejillas, mejillas tan luminosas, que sólo la claridad de una llama podría compararse con su espléndida vida!
Ella se digna aceptarlo, pero me dice, muy risueña: «¿Cómo quieres que beba mis propias mejillas?» Y yo le digo: «¡Bebe, oh llama de mi corazón!¡Este licor son mis lágrimas, su color rojo mi sangre, y su mezcla en la copa es toda mi alma!»
Entonces la joven cogió la copa de manos del mandadero, se la llevó á los labios y después fué á sentarse junto á sus hermanas.Y todos empezaron á cantar, á danzar y á jugar con las flores exquisitas. Y mientras tanto, el mozo las abrazaba y las besaba. Y una le dirigía chanzas, otra lo atraía hacia ella, y la otra le golpeaba con las flores. Y siguieron bebiendo, hasta que el vino se les subió á la cabeza. Cuando el vino reinó por completo, la joven que había abierto la puerta se levantó, se quitó toda la ropa y se quedó desnuda. Y de un salto echó su alma en el estanque[36], se puso á jugar con el agua, se llenó de ella la boca y roció ruidosamente al mandadero.Esto no le estorbaba para que el agua corriese por todos sus miembros y por entre sus muslos juveniles.Después salió del estanque, se echó sobre el pecho del mandadero, y tendiéndose luego boca arriba, dijo señalando á la cosa situada entre sus muslos:
«¡Oh mi querido!¿Sabes cómo se llama esto?» Y contestó el mozo: «¡Ah!...¡ah!...Ordinariamente, suele llamarse la casa de la misericordia.» Pero ella exclamó: «¡Yu!¡yu!¿No te da vergüenza tu ignorancia?» Y le cogió del pescuezo y empezó á darle golpes.Entonces dijo él: «¡Basta!¡basta!Se llama la vulva.» Y repitió ella: «Tampoco es así.» Y el mandadero dijo: «Pues tu pedazo de atrás.» Y ella repitió: «Otra cosa.» Y dijo él: «Es tu zángano.» Pero ella, al oirlo, golpeó al joven con tal fuerza, que le arañó la piel.Y entonces él dijo: «Pues dime cómo se llama.» Y ella contestó: «La albahaca de los puentes.» Y exclamó el mozo: «¡Ya era hora! ¡Alabado sea Alah! y él te guarde, ¡oh mi albahaca de los puentes! »
Después volvió á circular la copa y la subcopa.En seguida la segunda joven se desnudó y se metió en el estanque, é hizo lo mismo que su hermana.Salió después, se echó en el regazo del mozo, y señalando con el dedo hacia sus muslos y á la cosa situada entre los muslos, preguntó: «¿Cuál es el nombre de esto, luz de mis ojos?» Y él dijo: «Tu grieta.» Pero ella exclamó: «¡Qué palabras tan abominables dice este hombre!» Y le abofeteó con tal furia, que retembló toda la sala.Y después dijo él: «Entonces será la albahaca de los puentes.» Pero ella replicó: «¡No es eso, no es eso!» Y volvió á darle golpes.Entonces preguntó el mozo: «¿Pues cuál es su nombre?» Y contestó ella: «El sésamo descortezado.» Y él exclamó: «¡Para ti sean, ¡oh el más descortezado de entre los sésamos!las mejores bendiciones!»
Después se levantó la tercera joven, se desnudó y se metió en el estanque, donde hizo como sus hermanas, y luego se vistió, y fué á tenderse entre las piernas del mandadero, y le dijo, señalando hacia sus partes delicadas: «Adivina su nombre.» Entonces él le dijo: «Se llama esto, se llama lo otro.» Y enumerando con los dedos, decía: «El estornino mudo, el conejo sin orejas, el polluelo sin voz, el padre de la blancura, la fuente de las gracias.» Y por fin, en vista de sus protestas, acabó por preguntarle, para que no le pegara más: «¿Pues cuál es su nombre? » Y ella contestó: «El khan[37] de Aby-Mansur. »
Entonces el mandadero se levantó, se despojó de sus vestidos y se metió en el agua.¡Y su espalda sobrenadaba majestuosa en la superficie!Se lavó todo el cuerpo, como se habían lavado las doncellas, y después salió del baño y fué á echarse en el regazo de la más joven, apoyó los pies en el regazo de la otra hermana, y señalando á su virilidad, preguntó á la mayor de todas: «¿Sabes ¡oh soberana mía!cuál es su nombre?» Al oir estas palabras, las tres se echaron á reir tan á gusto, que cayeron sobre sus posaderas, y exclamaron: «¡Tu zib!» Y él dijo: «No es eso, no es eso.» Y les dió á cada una un mordisco.Entonces dijeron: «¡Tu herramienta!» Y él contestó: «Tampoco es eso.» Y á cada una les dió un pellizco en un seno.Y ellas, asombradas, replicaron: «Sí que es tu herramienta, porque está ardiente; si que es tu zib, porque se mueve.» Y el mozo seguía negando con un movimiento de cabeza, y luego las besaba, las mordía, las pellizcaba y las abrazaba, y ellas reían á más no poder, hasta que acabaron por decirle: «¿Cómo se llama, pues?» Entonces él meditó un momento, se miró entre los muslos, guiñó los ojos, y señalando á su zib, dijo: «¡Oh señoras mías!vais á oir lo que acaba de decirme este niño: «Me llaman el macho poderoso y sin castrar, que pace la albahaca de los puentes, se deleita con raciones de sésamo descortezado y se alberga en la posada de Aby-Mansur. »
Y se rieron las tres tan descompasadamente al oirle, que de nuevo doblaron sobre sus partes traseras. Después siguieron bebiendo en la misma copa hasta que comenzó á anochecer. Las jóvenes dijeron entonces al mandadero: «Ahora vuelve la cara y vete, y así veremos la anchura de tus hombros. » Pero el mozo exclamó: «¡Por Alah, señoras mías! ¡Más fácil sería á mi alma salir del cuerpo, que á mí dejar esta casa! ¡Juntemos esta noche con el día, y mañana podrá cada uno ir en busca de su destino por el camino de Alah! » Entonces intervino nuevamente la joven proveedora: «Hermanas, por vuestra vida, invitémosle á pasar la noche con nosotras y nos reiremos mucho con él, porque es una mala persona sin pudor, y además muy gracioso. » Y dijeron entonces al mandadero: «Puedes pasar aquí la noche, con la condición de estar bajo nuestro dominio y no pedir ninguna explicación sobre lo que veas ni sobre cuanto ocurra. » Y él respondió: «Así sea, ¡oh señoras mías! » Y ellas añadieron: «Levántate y lee lo que está escrito encima de la puerta. » Y él se levantó, y encima de la puerta vió las siguientes palabras, escritas con letras de oro: No hables nunca de lo que no te importe, si no, oirás cosas que no te gusten
Y el mandadero dijo: «¡Oh señoras mías, os pongo por testigo de que no he de hablar de lo que no me importe.»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 10. ª NOCHE
Doniazada dijo: «¡Oh hermana mía, acaba la relación!» Y Schahrazada contestó: «Con mucho agrado, y como un deber de generosidad.» Y prosiguió:
He llegado á saber, ¡oh rey poderoso!que cuando el mandadero hizo su promesa á las jóvenes, se levantó la proveedora, colocó los manjares delante de los comensales, y todos comieron muy regaladamente.Después de esto encendieron las velas, quemaron maderas olorosas é incienso, y volvieron á beber y comer todas las golosinas compradas en el zoco, sobre todo el mandadero, que al mismo tiempo decía versos, cerrando los ojos mientras recitaba y moviendo la cabeza.Y de pronto se oyeron fuertes golpes en la puerta, lo que no les perturbó en sus placeres, pero al fin la menor de las jóvenes se levantó, fué á la puerta, y luego volvió y dijo: «Bien llena va á estar nuestra mesa esta noche, pues acabo de encontrar junto á la puerta á tres ahjam[38] con las barbas afeitadas y tuertos del ojo izquierdo. Es una coincidencia asombrosa. He visto inmediatamente que eran extranjeros, y deben venir del país de los Rum. Cada uno es diferente, pero los tres son tan ridículos de fisonomía, que hacen reir. Si los hiciésemos entrar nos divertiríamos con ellos. » Y sus hermanas aceptaron. «Diles que pueden entrar, pero entérales de que no deben hablar de lo que no les importe, si no quieren oir cosas desagradables. » Y la joven corrió á la puerta, muy alegre, y volvió trayendo á los tres tuertos. Llevaban las mejillas afeitadas, con unos bigotes retorcidos y tiesos, y todo indicaba que pertenecían á la cofradía de mendicantes llamados saalik[39]
Apenas entraron, desearon la paz á la concurrencia, y las jóvenes se quedaron de pie y los invitaron á sentarse.Una vez sentados, los saalik miraron al mandadero, y suponiendo que pertenecía á su cofradía, dijeron: «Es un saaluk como nosotros, y podrá hacernos amistosa compañía.» Pero el mozo, que los había oído, se levantó de súbito, los miró airadamente y exclamó: «Dejadme en paz, que para nada necesito vuestro afecto.Y empezad por cumplir lo que veréis escrito encima de esa puerta.» Las doncellas estallaron de risa al oir estas palabras, y se decían: «Vamos á divertirnos con este mozo y los saalik.» Después ofrecieron manjares á los saalik, que los comieron muy gustosamente.Y la más joven les ofreció de beber, y los saalik bebieron uno tras otro. Y cuando la copa estuvo en circulación, dijo el mandadero: «Hermanos nuestros, ¿lleváis en el saco alguna historia ó alguna maravillosa aventura con que divertirnos? » Estas palabras los estimularon, y pidieron que les trajesen instrumentos. Y entonces la más joven les trajo inmediatamente un pandero de Mosul adornado con cascabeles, un laúd de Irak y una flauta de Persia. Y los tres saalik se pusieron de pie, y uno cogió el pandero, otro el laúd y el tercero la flauta. Y los tres empezaron á tocar, y las doncellas los acompañaban con sus cantos. Y el mandadero se moría de gusto, admirando la hermosa voz de aquellas mujeres.
En este momento volvieron á llamar á la puerta.Y como de costumbre, acudió á abrir la más joven de las tres doncellas.
Y he aquí el motivo de que hubiesen llamado:
Aquella noche, el califa Harún Al-Rachid había salido á recorrer la ciudad, para ver y escuchar por sí mismo cuanto ocurriese.Le acompañaba su visir Giafar-Al-Barmaki[40] y el portaalfanje Masrur, ejecutor de sus justicias. El califa, en estos casos, acostumbraba á disfrazarse de mercader.
Y paseando por las calles había llegado frente á aquella casa y había oído los instrumentos y los ecos de la fiesta.Y el califa dijo al visir Giafar: «Quiero que entremos en esta casa, para saber qué son esas voces.» Y el visir Giafar replicó: «Acaso sea un atajo de borrachos, y convendría precavernos por si nos hiciesen alguna mala partida. » Pero el califa dijo: «Es mi voluntad entrar ahí. Quiero que busques la forma de entrar y sorprenderlos. » Al oir esta orden, el visir contestó: «Escucho y obedezco. » Y Giafar avanzó y llamó á la puerta. Y al momento fué á abrir la más joven de las tres hermanas.
Cuando la joven hubo abierto la puerta, el visir le dijo: «¡Oh señora mía!somos mercaderes de Tabaria[41]Hace diez días llegamos á Bagdad con nuestros géneros, y habitamos en el khan de los mercaderes.Uno de los comerciantes del khan nos ha convidado á su casa y nos ha dado de comer.Después de la comida, que ha durado una hora, nos ha dejado en libertad de marcharnos.Hemos salido, pero ya era de noche, y como somos extranjeros, hemos perdido el camino del khan, y ahora nos dirigimos fervorosamente á vuestra generosidad para que nos permitáis entrar y pasar la noche aquí.Y ¡Alah os tendrá en cuenta esta buena obra!»
Entonces la joven los miró, le pareció que en efecto tenían maneras de mercaderes y un aspecto muy respetable, por lo cual fué á buscar á sus dos hermanas para pedirles parecer.Y ellas le dijeron: «Déjales entrar.» Entonces fué á abrirles la puerta, y le preguntaron: «¿Podemos entrar, con vuestro permiso?» Y ella contestó: «Entrad.» Y entraron el califa, el visir y el portaalfanje, y al verlos, las jóvenes se pusieron de pie y les dijeron: «¡Sed bien venidos, y que la acogida en esta casa os sea tan amplia como amistosa! Sentaos, ¡oh huéspedes nuestros! Sólo tenemos que imponeros una condición: No habléis de lo que no os importe, si no queréis oir cosas que no os gusten» Y ellos respondieron: «Ciertamente que sí.» Y se sentaron, y fueron invitados á beber y á que circulase entre ellos la copa.Después el califa miró á los tres saalik, y se asombró mucho al ver que los tres estaban tuertos del ojo izquierdo.Y miró en seguida á las jóvenes, y al advertir su hermosura y su gracia, quedó aún más perplejo y sorprendido.Las doncellas siguieron conversando con los convidados, invitándoles á beber con ellas, y luego presentaron un vino exquisito al califa, pero éste lo rechazó, diciendo: «Soy un buen hadj»[42]Entonces la más joven se levantó y colocó delante de él una mesita con incrustaciones finas, encima de la cual puso una taza de porcelana de China, y echó en ella agua de la fuente, que enfrió con un pedazo de hielo, y lo mezcló todo con azúcar y agua de rosas, y después se lo presentó al califa.Y él aceptó, y le dió las gracias, diciendo para sí: «Mañana tengo que recompensarla por su acción y por todo el bien que hace.»
Las doncellas siguieron cumpliendo sus deberes de hospitalidad y sirviendo de beber.Pero cuando el vino produjo sus efectos, la mayor de las tres hermanas se levantó, cogió de la mano á la proveedora y le dijo: «¡Oh hermana mía! levántate y cumplamos nuestro deber. » Y su hermana le contestó: «Me tienes á tus órdenes. » Entonces la más pequeña se levantó también, y dijo á los saalik que se apartaran del centro de la sala y que fuesen á colocarse junto á las puertas. Quitó cuanto había en medio del salón y lo limpió. Las otras dos hermanas llamaron al mandadero, y le dijeron: «¡Por Alah! ¡Cuán poco nos ayudas! Cuenta que no eres un extraño, sino de la casa. » Y entonces el mozo se levantó, se remangó la túnica, y apretándose el cinturón, dijo: «Mandad y obedeceré. » Y ellas contestaron: «Aguarda en tu sitio. » Y á los pocos momentos le dijo la proveedora: «Sígueme, que podrás ayudarme. »
Y la siguió fuera de la sala, y vió dos perras de la especie de las perras negras, que llevaban cadenas al cuello.El mandadero las cogió y las llevó al centro de la sala.Entonces la mayor de las hermanas se remangó el brazo, cogió un látigo, y dijo al mozo: «Trae aquí una de esas perras.» Y el mandadero, tirando de la cadena del animal, le obligó á acercarse, y la perra se echó á llorar y levantó la cabeza hacia la joven.Pero ésta, sin cuidarse, de ello, la tumbó á sus pies y empezó á darle latigazos en la cabeza, y la perra chillaba y lloraba, y la joven no la dejó de azotar hasta que se le cansó el brazo.Entonces tiró el látigo, cogió á la perra en brazos, la estrechó contra su pecho, le secó las lágrimas y la besó en la cabeza, que le tenía cogida entre sus manos. Después dijo al mandadero: «Llévatela y tráeme la otra. » Y el mandadero trajo la otra, y la joven la trató lo mismo que á la primera.
Entonces el califa sintió que su corazón se llenaba de lástima y que el pecho se le oprimía de tristeza, y guiñó el ojo al visir Giafar para que interrogase sobre aquello á la joven, pero el visir le respondió por señas que lo mejor era callarse.
En seguida la mayor de las doncellas se dirigió á sus hermanas y les dijo: «Hagamos lo que es nuestra costumbre.» Y las otras contestaron: «Obedecemos.» Y entonces se subió al lecho, chapeado de plata y oro, y dijo á las otras dos: «Veamos ahora lo que sabéis.» Y la más pequeña se subió al lecho, mientras que la otra se marchó á sus habitaciones y volvió trayendo una bolsa de raso con flecos de seda verde; se detuvo delante de las jóvenes, abrió la bolsa y extrajo de ella un laúd.Después se lo entregó á su hermana pequeña, que lo templó y se puso á tañerlo, cantando estas estrofas con una voz sollozante y conmovida:
¡Por piedad!¡Devolved á mis párpados el sueño que de ellos ha huido!¡Decidme dónde ha ido á parar mi razón!
¡Cuando permití que el amor penetrase en mi morada, se enojó conmigo el sueño y me abandonó!
Y me preguntaban: «¿Qué has hecho para verte así, tú que eres de los que recorren el camino recto y seguro? ¡Dinos quién te ha extraviado de ese modo! »
Y les dije: «¡No seré yo, sino ella, quien os responda!¡Yo sólo puedo deciros que mi sangre, toda mi sangre, le pertenece!¡Y siempre he de preferir verterla por ella á conservarla torpemente en mí!
¡He elegido una mujer para poner en ella mis pensamientos, mis pensamientos que reflejan su imagen!¡Si expulsara esa imagen, se consumirían mis entrañas con un fuego devorador!
»¡Si la vierais, me disculparíais!¡Porque el mismo Alah cinceló esa joya con el licor de la vida; y con lo que quedó de ese licor fabricó la granada y las perlas!»
Y me dicen: «¿Pero encuentras en el objeto amado otra cosa que lágrimas, penas y escasos placeres?
»¿No sabes que al mirarte en el agua límpida sólo verás tu sombra?¡Bebes de un manantial cuya agua sacia antes de ser saboreada!»
Y yo contesto: «¿No creáis que bebiendo se ha apoderado de mí la embriaguez, sino mirando!¡No fué preciso más; esto bastó para que el sueño huyera por siempre de mis ojos!
»¡Y no son las cosas pasadas las que me consumen, sino solamente el pasado de ella!¡No son las cosas amadas de que me separé las que me han puesto en este estado, sino solamente la separación de ella!
»¿Podría volver mis miradas hacia otra, cuando toda mi alma está unida á su cuerpo perfumado, á sus aromas de ámbar y almizcle?»
Cuando acabó de cantar, su hermana le dijo: «¡Ojalá te consuele Alah, hermana mía!» Pero tal aflicción se apoderó de la joven portera, que se desgarró las vestiduras, y cayó desmayada en el suelo.
Pero al caer, como una parte de su cuerpo quedó descubierta, el califa vió en él huellas de latigazos y varazos, y se asombró hasta el límite del asombro.La proveedora roció la cara de su hermana con agua, y luego que recobró el sentido, le trajo un vestido nuevo y se lo puso.
Entonces el califa dijo á Giafar: «¿No te conmueven estas cosas?¿No has visto señales de golpes en el cuerpo de esa mujer?Yo no puedo callarme, y no descansaré hasta descubrir la verdad de todo esto, y sobre todo, esa aventura de las dos perras.» Y el visir contestó: «¡Oh mi señor, corona de mi cabeza!recuerda la condición que nos impusieron: No hables de lo que no te importe, si no quieres oir cosas que no te gusten.»
Y mientras tanto, la proveedora se levantó, cogió el laúd, lo apoyó en su redondo seno, y se puso á cantar:
¿Qué responderíamos si vinieran á damos quejas de amor?¿Qué haríamos si el amor nos dañara?
¡Si confiáramos á un intérprete que respondiese en nuestro nombre, este intérprete no sabría traducir todas las quejas de un corazón enamorado!
¡Y si sufrimos con paciencia y en silencio la ausencia del amado, pronto nos pondrá el dolor á las puertas de la muerte!
¡Oh dolor!¡Para nosotros sólo hay penas y duelo: las lágrimas resbalan por las mejillas!
Y tú, querido ausente, que has huido de las miradas de mis ojos cortando los lazos que te unían á mis entrañas,
Di, ¿conservas algún recuerdo de nuestro amor pasado, una huella pequeña que dure á pesar del tiempo?
¿O has olvidado, con la ausencia, el amor que agotó mi espíritu y me puso en tal estado de aniquilamiento y postración?
¡Si mi sino es vivir desterrada, algún día pediré cuenta de estos sufrimientos á Alah, nuestro Señor!
Al oir este canto tan triste, la mayor de las doncellas se desgarró las vestiduras, y cayó desmayada.Y la proveedora se levantó y le puso un vestido nuevo, después de haber cuidado de rociarle la cara con agua para que volviese de su desmayo.Entonces, algo repuesta, se sentó la joven en el lecho, y dijo á su hermana: «Te ruego que cantes más, para que podamos pagar nuestras deudas.¡Aunque sólo sea una vez!» Y la proveedora templó de nuevo el laúd y cantó las siguientes estrofas:
¿Hasta cuándo durarán esta separación y este abandono tan cruel?¿No sabes que á mis ojos ya no les quedan lágrimas?
¡Me abandonas!¿Pero no crees que rompes así la antigua amistad? ¡Oh! ¡si tu objeto era despertar mis celos, lo has logrado!
¡Si el maldito Destino siempre ayudase á los hombres amorosos, las pobres mujeres no tendrían tiempo para dirigir reconvenciones á los amantes infieles!
¿A quién me quejaré para desahogar un poco mis desdichas, las desdichas causadas por tu mano, asesino de mi corazón?...¡Ay de mí!¿Qué recurso le queda al que perdió la garantía de su crédito?¿Cómo cobrar la deuda?
¡Y la tristeza de mi corazón dolorido crece con la locura de mi deseo hacia ti!¡Te busco!¡Tengo tus promesas!Pero tú ¿dónde estás?
¡Oh hermanos!¡os lego la obligación de vengarme del infiel!¡Que sufra padecimientos como los míos!¡Que apenas vaya á cerrar los ojos para el sueño, se los abra en seguida el insomnio largamente!
¡Por tu amor he sufrido las peores humillaciones!¡Deseo, pues, que otro en mi lugar goce las mayores satisfacciones á costa tuya!
¡Hasta hoy me ha tocado padecer por su amor!¡Pero á él, que de mí se burla, le tocará sufrir mañana!
Al oir esto, cayó desmayada otra vez la más joven de las hermanas, y su cuerpo apareció señalado por el látigo.
Entonces dijeron los tres saalik: «Más nos habría valido no entrar en esta casa, aunque hubiéramos pasado la noche sobre un montón de escombros, porque este espectáculo nos apena de tal modo, que acabará por destruirnos la espina dorsal. » Entonces el califa, volviéndose hacia ellos, les dijo: «¿Y por qué es eso? » Y contestaron: «Porque nos ha emocionado mucho lo que acaba de ocurrir. » Y el califa les preguntó: «¿De modo, que no sois de la casa? » Y contestaron: «Nada de eso. El que parece serlo es ese que está á tu lado. » Entonces exclamó el mandadero: «¡Por Alah! Esta noche he entrado en esta casa por primera vez, y mejor habría sido dormir sobre un montón de piedras. »
Entonces dijeron: «Somos siete hombres, y ellas sólo son tres mujeres.Preguntemos la explicación de lo ocurrido, y si no quieren contestarnos de grado, que lo hagan á la fuerza.» Y todos se concertaron para obrar de ese modo, menos el visir, que les dijo: «¿Creéis que vuestro propósito es justo y honrado?Pensad que somos sus huéspedes, nos han impuesto condiciones y debemos cumplirlas.Además, he aquí que se acaba la noche, y pronto irá cada uno á buscar su suerte por el camino de Alah.» Después guiñó el ojo al califa, y llevándole aparte, le dijo: «Sólo nos queda que permanecer aquí una hora.Te prometo que mañana pondré entre tus manos á estas jóvenes, y entonces les podrás preguntar su historia.» Pero el califa rehusó y dijo: «No tengo paciencia para aguardar á mañana.» Y siguieron hablando todos, hasta que acabaron por preguntarse: «¿Cuál de nosotros les dirigirá la pregunta?» Y algunos opinaron que eso le correspondía al mandadero.
A todo esto, las jóvenes les preguntaron: «¿De qué habláis, buena gente?» Entonces el mandadero se levantó, se puso delante de la mayor de las tres hermanas, y le dijo: «¡Oh soberana mía!En nombre de Alah te pido y te conjuro, de parte de todos los convidados, que nos cuentes la historia de esas dos perras negras, y por qué las has castigado tanto, para llorar después y besarlas, Y dinos también, para que nos enteremos, la causa de esas huellas de latigazos que se ven en el cuerpo de tu hermana.Tal es nuestra petición.Y ahora, ¡que la paz sea contigo!»
Entonces la joven les preguntó á todos: «¿Es cierto lo que dice este mandadero en vuestro nombre?» Y todos, excepto el visir, contestaron: «Cierto es.» Y el visir no dijo ni una palabra.
Entonces la joven, al oir su respuesta, les dijo: «¡Por Alah, huéspedes míos!Acabáis de ofendernos de la peor manera.Ya se os advirtió oportunamente que si alguien hablaba de lo que no le importase, oiría lo que no le había de gustar.¿No os ha bastado entrar en esta casa y comeros nuestras provisiones?Pero no tenéis vosotros la culpa, sino nuestra hermana, por haberos traído.»
Y dicho esto, se remangó el brazo, dió tres veces con el pie en el suelo, y gritó: «¡Hola!¡Venid en seguida!» E inmediatamente se abrió uno de los roperos cubiertos por cortinajes, y aparecieron siete negros, altos y robustos, que blandían agudos alfanjes.Y la dueña les dijo: «Atad los brazos á esa gente de lengua larga, y amarradlos unos á otros. » Y ejecutada la orden, dijeron los negros: «¡Oh señora nuestra! ¡Oh flor oculta á las miradas de los hombres! ¿nos permites que les cortemos la cabeza? » Y ella contestó: «Aguardad una hora, porque antes de degollarlos los he de interrogar para saber quiénes son. »
Entonces exclamó el mandadero: «¡Por Alah, oh señora mía!no me mates por el crimen de estos hombres.Todos han faltado y todos han cometido un acto criminal, pero yo no.¡Por Alah!¡Qué noche tan dichosa y tan agradable habríamos pasado si no hubiésemos visto á estos malditos saalik!Porque estos saalik de mal agüero son capaces de destruir la más floreciente de las ciudades sólo con entrar en ella.»
Y en seguida recitó esta estrofa:
¡Qué hermoso es el perdón del fuerte!¡Y sobre todo, qué hermoso cuando se otorga al indefenso!
¡Yo te conjuro por la inviolable amistad que existe entre los dos: no mates al inocente por causa del culpable!
Cuando el mandadero acabó de recitar, la joven se echó á reir.
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 11. ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado!que cuando la joven se echó á reir, después de haberse indignado, se acercó á los concurrentes, y dijo: «Contadme cuanto tengáis que contar, pues sólo os queda una hora de vida.Y si tengo tanta paciencia, es porque sois gente humilde, que si fueseis de los notables, ó de los grandes de vuestra tribu, ó si fueseis de los que gobiernan, ya os habría castigado.»
Entonces el califa dijo al visir: «¡Desdichados de nosotros, oh Giafar!Revélale quiénes somos, si no, va á matarnos.» Y el visir contestó: «Bien merecido nos está.» Pero el califa dijo: «No es ocasión oportuna para bromas; el caso es muy serio, y cada cosa en su tiempo.»
Entonces la joven se acercó á los saalik, y les dijo: «¿Sois hermanos?» Y contestaron ellos: «¡No, por Alah!Somos los más pobres de los pobres, y vivimos de nuestro oficio, haciendo escarificaciones y poniendo ventosas.» Entonces fué preguntando á cada uno: «¿Naciste tuerto, tal como ahora estás?» Y el primero de ellos contestó: «¡No, por Alah!Pero la historia de mi desgracia es tan asombrosa, que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior de un ojo, sería una lección para quien la leyera con respeto. » Y los otros dos contestaron lo mismo, y luego dijeron los tres: «Cada uno de nosotros es de un país distinto, pero nuestras historias no pueden ser más maravillosas, ni nuestras aventuras más prodigiosamente extrañas. » Entonces dijo la joven: «Que cada cual cuente su historia, y después se lleve la mano á la frente para darnos las gracias y se vaya en busca de su destino. »
El mandadero fué el primero que se adelantó, y dijo: «¡Oh señora mía!Yo soy sencillamente un mandadero, y nada más.Vuestra hermana me hizo cargar con muchas cosas y venir aquí.Me ha ocurrido con vosotras lo que sabéis muy bien, y no he de repetirlo ahora, por razones que se os alcanzan.Y tal es toda mi historia.Y nada podré añadir á ella, sino que os deseo la paz.»
Entonces la joven le dijo: «¡Vaya!llévate la mano á la cabeza, para ver si está todavía en su sitio, arréglate el pelo y márchate.» Pero replicó el mozo: «¡Oh!¡No, por Alah!No me he de ir hasta que oiga el relato de mis compañeros.»
Entonces el primer saaluk entre los saalik avanzó para contar su historia, y dijo:
«Voy á contarte, ¡oh mi señora!el motivo de que me afeitara las barbas y de haber perdido un ojo.
Sabe, pues, que mi padre era rey, tenía un hermano, y ese hermano era rey en otra ciudad.Y ocurrió la coincidencia de que el mismo día que mi madre me parió nació también mi primo.
Después pasaron los años, y después de los años y los días, mi primo y yo crecimos.He de decirte que, con intervalos de algunos años, iba á visitar á mi tío y á pasar con él algunos meses.La última vez que le visité me dispensó mi primo una acogida de las más amplias y más generosas, y mandó degollar varios carneros en mi honor y clarificar numerosos vinos.Luego empezamos á beber, hasta que el vino pudo más que nosotros.Entonces mi primo me dijo: «¡Oh primo mío!Ya sabes que te quiero extremadamente, y te he de pedir una cosa importante.No quisiera que me la negases ni que me impidieses hacer lo que he resuelto.» Y yo le contesté: «Así sea, con toda la simpatía y generosidad de mi corazón.» Y para fiar más en mí, me hizo prestar el más sagrado de los juramentos, haciéndome jurar sobre el Libro Noble.Y en seguida se levantó, se ausentó unos instantes, y después volvió con una mujer ricamente vestida y perfumada, con un atavío tan fastuoso, que suponía una gran riqueza. Y volviéndose hacia mí, con la mujer detrás de él, me dijo: «Toma esta mujer y acompáñala al sitio que voy á indicarte. » Y me señaló el sitio, explicándolo tan detalladamente que lo comprendí muy bien. Luego añadió: «Allí encontrarás una tumba entre las otras tumbas, y en ella me aguardarás. » Yo no me pude negar á ello, porque había jurado con la mano derecha. Y cogí á la mujer, y marchamos al sitio que me habían indicado, y nos sentamos allí para esperar á mi primo, que no tardó en presentarse, llevando una vasija llena de agua, un saco con yeso y una piqueta. Y lo dejó todo en el suelo, conservando en la mano nada más que la piqueta, y marchó hacia la tumba, quitó una por una las piedras y las puso aparte. Después cavó con la piqueta hasta descubrir una gran losa. La levantó, y apareció una escalera abovedada. Se volvió entonces hacia la mujer y le dijo: «Ahora puedes elegir. » Y la mujer bajó en seguida la escalera y desapareció. Entonces él se volvió hacia mí y me dijo: «¡Oh primo mío! te ruego que acabes de completar este favor, y que, cuando haya bajado, eches la losa y la cubras con tierra, como estaba. Y así completarás este favor que me has hecho. En cuanto al yeso que hay en el saco y en cuanto al agua de la vasija, los mezclarás bien, y después pondrás las piedras como antes, y con la mezcla llenarás las junturas de modo que nadie pueda adivinar que es obra reciente. Porque hace un año que estoy haciendo este trabajo, y sólo Alah lo sabe. » Y luego añadió: «Y ahora ruega á Alah que no me abrume de tristeza por estar lejos de ti, primo mío. » En seguida bajó la escalera, y desapareció en la tumba. Cuando hubo desaparecido de mi vista, me levanté, volví á poner la losa, é hice todo lo demás que me había mandado, de modo que la tumba quedó como antes estaba.
Regresé al palacio, pero mi tío se había ido de caza, y entonces decidí acostarme aquella noche.Después, cuando vino la mañana, comencé á reflexionar sobre todas las cosas de la noche anterior, y singularmente sobre lo que me había ocurrido con mi primo, y me arrepentí de cuanto había hecho.¡Pero con el arrepentimiento no remediaba nada!Entonces volví hacia las tumbas y busqué, sin poder encontrarla, aquélla en que se había encerrado mi primo.Y seguí buscando hasta cerca del anochecer, sin hallar ningún rastro.Regresé entonces al palacio, y no podía beber, ni comer, ni apartar el recuerdo de lo que me había ocurrido con mi primo, sin poder descubrir qué era de él.Y me afligí con una aflicción tan considerable, que toda la noche la pasé muy apenado hasta la mañana.Marché en seguida otra vez al cementerio, y volví á buscar la tumba entre todas las demás, pero sin ningún resultado.Y continué mis pesquisas durante siete días más, sin encontrar el verdadero camino.Por lo cual aumentaron de tal modo mis temores, que creí volverme loco.
Decidí viajar, en busca de remedio para mi aflicción, y regresé al país de mi padre.Pero al llegar á las puertas de la ciudad salió un grupo de hombres, se echaron sobre mí y me ataron los brazos.Entonces me quedé completamente asombrado, puesto que yo era el hijo del sultán y aquéllos los servidores de mi padre y también mis esclavos.Y me entró un miedo muy grande, y pensaba: «¿Quién sabe lo que le habrá podido ocurrir á mi padre?» Y pregunté á los que me habían atado los brazos, y no quisieron contestarme.Pero poco después, uno de ellos, esclavo mío, me dijo: «La suerte no se ha mostrado propicia con tu padre.Los soldados le han hecho traición y el visir lo ha mandado matar.Nosotros estábamos emboscados, aguardando que cayeses en nuestras manos.»
Luego me condujeron á viva fuerza.Yo no sabía lo que me pasaba, pues la muerte de mi padre me había llenado de dolor.Y me entregaron entre las manos del visir que había matado á mi padre.Pero entre este visir y yo existía un odio muy antiguo.Y la causa de este odio consistía en que yo, de joven, fuí muy aficionado al tiro de ballesta, y ocurrió la desgracia de que un día entre los días me hallaba en la azotea del palacio de mi padre, cuando un gran pájaro descendió sobre la azotea del palacio del visir, el cual estaba en ella.Quise matar al pájaro con la ballesta, pero la ballesta erró al pájaro, hirió en un ojo al visir y se lo hundió, por voluntad y juicio escrito de Alah.Ya lo dijo el poeta:
¡Deja que se cumplan los destinos; no quieras desviar el fallo de los jueces de la tierra!
¡No sientas alegría ni aflicción por ninguna cosa, pues las cosas no son eternas!
¡Se ha cumplido nuestro destino; hemos seguido con toda fidelidad los renglones escritos por la Suerte; porque aquél para quien la Suerte escribió un renglón, no tiene más remedio que seguirlo!»
Y el saaluk prosiguió de este modo:
«Cuando dejé tuerto al visir, no se atrevió á reclamar en contra mía, porque mi padre era el rey del país.Pero ésta era la causa de su odio.
Y cuando me presentaron á él con los brazos atados, dispuso que me cortaran la cabeza.Entonces le dije: «¿Por qué me matas si no he cometido ningún crimen?» Y contestó: «¿Qué mayor crimen que éste?» Y señalaba su ojo huero.Y yo dije: «Eso lo hice contra mi voluntad.» Pero él replicó: «Si lo hiciste contra tu voluntad, yo voy á hacerlo con toda la mía.» Y dispuso: «¡Traedlo á mis manos!» Y me llevaron entre sus manos.
Entonces extendió la mano, clavó su dedo en mi ojo izquierdo y lo hundió completamente.
¡Y desde entonces estoy tuerto, como todos veis!
Hecho esto, ordenó que me atasen y me metiesen en un cajón.Después llamó al verdugo y le dijo: «Te lo entrego.Desenvaina tu alfanje y lleva á este hombre fuera de la ciudad; lo matas y le dejas allí para que se lo coman las fieras.»
Entonces el verdugo me llevó fuera de la ciudad.Y me sacó de la caja con las manos atadas y los pies encadenados, y me quiso vendar los ojos antes de matarme.Pero entonces rompí á llorar y recité estas estrofas:
¡Te elegí como firme coraza para librarme de mis enemigos, y eres la lanza y el agudo hierro con que me atraviesan!
¡Cuando disponía del poder, mi mano derecha, la que debía castigar, se abstenía, pasando el arma á mi mano izquierda, que no la sabía esgrimir!¡Así obraba yo!
¡No insistáis, os lo ruego, en vuestros reproches crueles; dejad que sólo los enemigos me arrojen las flechas dolorosas!
¡Conceded á mi pobre alma, torturada por los enemigos, el don del silencio; no la oprimáis más con la dureza y el peso de vuestras palabras!
¡Confié en mis amigos para que me sirviesen de sólidas corazas; y así lo hicieron, pero en manos de los enemigos y contra mí!
¡Los elegí para que me sirviesen de flechas mortales; y lo fueron, pero contra mi corazón!
¡Cultivé sus corazones para hacerles fieles; y fueron fieles, pero á otros amores!
¡Los cuidé fervorosamente para que fuesen constantes; y lo fueron, pero en la traición!
Cuando el verdugo oyó estos versos, recordó que había servido á mi padre y que yo le había colmado de beneficios, y me dijo: «¿Cómo iba yo á matarte, si soy tu esclavo? » Y añadió: «Escápate. ¡Te salvo la vida! Pero no vuelvas á esta comarca, porque perecerías y me harías perecer contigo, según dice el poeta:
¡Anda!¡Libértate, amigo, y salva á tu alma de la tiranía!¡Deja que las casas sirvan de tumba á quienes las han construído!
¡Anda!¡Podrás encontrar otras tierras que las tuyas, otros países distintos de tu país, pero nunca hallarás más alma que tu alma!
¡Piensa que es muy insensato vivir en un país de humillaciones, cuando la tierra de Alah es ancha hasta lo infinito!
¡Sin embargo...está escrito!¡Está escrito que el hombre destinado á morir en un país no podrá morir más que en el país de su destino!Pero ¿sabes tú cuál es el país de tu destino?...
¡Y sobre todo, no olvides nunca que el cuello del león no llega á su desarrollo hasta que su alma se ha desarrollado con toda libertad!
Cuando acabó de recitar estos versos, le besé las manos, y mientras no me vi muy lejos de aquellos lugares no pude creer en mi salvación.
Pensando que había salvado la vida pude consolarme de haber perdido un ojo, y seguí caminando, hasta llegar á la ciudad de mi tío.Entré en su palacio y le referí todo lo que le había ocurrido á mi padre y todo lo que me había ocurrido á mí. Entonces derramó muchas lágrimas, y exclamó: «¡Oh sobrino mío! vienes á añadir una aflicción á mis aflicciones y un dolor á mis dolores. Porque has de saber que el hijo de tu pobre tío ha desaparecido hace muchos días y nadie sabe dónde está. » Y rompió á llorar tanto, que se desmayó. Cuando volvió en sí, me dijo: «Estaba afligidísimo por tu primo, y ahora se aumenta mi dolor con lo ocurrido á ti y á tu padre. En cuanto á ti, ¡oh hijo mío! más vale haber perdido un ojo que la vida. »
Al oirle hablar de este modo, no pude callar por más tiempo lo que le había ocurrido á mi primo, y le revelé toda la verdad.Mi tío, al saberla, se alegró hasta el límite de la alegría, y me dijo: «Llévame en seguida á esa tumba.» Y contesté: «¡Por Alah!no sé dónde está esa tumba.He ido muchas veces á buscarla, sin poder dar con ella.»
Entonces nos fuimos al cementerio, y al fin, después de buscar en todos sentidos, acabé por encontrarla.Y yo y mi tío llegamos al límite de la alegría, y entramos en la bóveda, quitamos la tierra, apartamos la losa y descendimos los cincuenta peldaños que tenía la escalera.Al llegar abajo, subió hacia nosotros una humareda que nos cegaba.Pero en seguida mi tío pronunció la Palabra que libra de todo temor á quien la dice, y es ésta: «¡No hay poder ni fuerza mas que en Alah, el Altísimo, el Omnipotente!»
Después seguimos andando, hasta llegar á un gran salón que estaba lleno de harina y de grano de todas las especies, de manjares de todas clases y de otras muchas cosas. Y vimos en medio del salón un lecho cubierto por unas cortinas. Mi tío miró hacia el interior del lecho, y vió á su hijo en brazos de aquella mujer que le había acompañado, pero ambos estaban totalmente convertidos en carbón, como si los hubieran echado en un horno.
Al verlos, escupió mi tío en la cara á su hijo y exclamó: «Mereces el suplicio de este bajo mundo que ahora sufres, pero aún te falta el del otro, que es más terrible y más duradero.» Y después de haberle escupido, se descalzó una babucha y con la suela le dió en la cara.»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aproximarse la mañana, y discretamente no quiso abusar del permiso que se le había concedido.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 12. ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado!que el saaluk, mientras la concurrencia escuchaba su relato, prosiguió diciendo á la joven:
«Después que mi tío dió con la babucha en la cara de su hijo, que estaba allí tendido y hecho carbón, me quedé prodigiosamente sorprendido ante aquel golpe. Y me afligió mucho ver á mi primo convertido en carbón; ¡tan joven como era! Y en seguida exclamé: «¡Por Alah! ¡oh tío mío! Alivia un poco los pesares de tu corazón. Porque yo sufro mucho con lo que ha ocurrido á tu hijo. Y, sobre todo, me aflige verlo convertido en carbón, lo mismo que á esa joven, y que tú, no contento con esto, le pegues con la suela de tu babucha. » Entonces mi tío me contó lo siguiente:
«¡Oh sobrino mío!Sabe que este joven, que es mi hijo, ardió en amores por su hermana desde la niñez.Y yo siempre le alejaba de ella y me decía: «Debo estar tranquilo, porque aún son muy jóvenes.» ¡Pero no fué así!Apenas llegados á la pubertad, cometieron la mala acción, y aunque lo averigüé, no podía creerlo del todo.Sin embargo, eché á mi hijo una reprimenda terrible, y le dije: «¡Cuidado con esas indignas acciones, que nadie ha cometido hasta ahora ni nadie cometerá después!¡Cuenta que no habría reyes que tuvieran que arrastrar tanta vergüenza ni tanta ignominia como nosotros!¡Y los correos propagarían á caballo nuestro escándalo por todo el mundo!¡Guárdate, pues, si no quieres que te maldiga y te mate!» Después cuidé de separarla á ella y de separarle á él.Pero indudablemente esta malvada le quería con un amor grandísimo, porque el Cheitán consolidó su obra en ellos.
Así, pues, cuando mi hijo vió que le había separado de su hermana, debió fabricar este asilo subterráneo sin que nadie lo supiera; y como ves, trajo á él manjares y otras cosas; y se aprovechó de mi ausencia, cuando yo estaba en la cacería, para venir aquí con su hermana.
Con esto provocaron la justicia del Altísimo y Muy Glorioso.Y ella los abrasó aquí á los dos.Pero el suplicio del mundo futuro es más terrible todavía y más duradero.»
Entonces mi tío se echó á llorar, y yo lloré con él.Y después exclamó: «¡Desde ahora serás mi hijo en vez de ese otro!»
Pero yo me puse á meditar durante una hora sobre los hechos de este mundo y en otras cosas: en la muerte de mi padre por orden del visir, en su trono usurpado, en mi ojo hundido, ¡que todos veis!y en todas estas cosas tan extraordinarias que le habían ocurrido á mi primo, y no pude menos de llorar otra vez.
Luego salimos de la tumba, echamos la losa, la cubrimos con tierra, y dejándolo todo como estaba antes, volvimos á palacio.
Apenas llegamos, oímos sonar instrumentos de guerra, trompetas y tambores, y vimos que corrían los guerreros.Y toda la ciudad se llenó de ruidos, de estrépito y del polvo que levantaban los cascos de los caballos.Nuestro espíritu se hallaba en una gran perplejidad, no acertando la causa de todo aquello.Pero por fin mi tío acabó por preguntar la razón de estas cosas, y le dijeron: «Tu hermano ha sido muerto por el visir, que se ha apresurado á reunir sus tropas y á venir súbitamente al asalto de la ciudad. Y los habitantes han visto que no podían ofrecer resistencia, y han rendido la ciudad á discreción. »
Al oir todo aquello, me dije: «¡Seguramente me matará si caigo en sus manos!» Y de nuevo se amontonaron en mi alma las penas y las zozobras, y empecé á recordar las desgracias ocurridas á mi padre y á mi madre.Y no sabía qué hacer, pues si me veían los soldados estaba perdido.Y no hallé otro recurso que afeitarme la barba.Así es que me afeité la barba, me disfracé como pude, y me escapé de la ciudad.Y me dirigí hacia esta ciudad de Bagdad, donde esperaba llegar sin contratiempo y encontrar alguien que me guiase al palacio del Emir de los Creyentes, Harún Al-Rachid, el califa del Amo del Universo, á quien quería contar mi historia y mis aventuras.
Llegué á Bagdad esta misma noche, y como no sabía dónde ir, me quedé muy perplejo.Pero de pronto me encontré cara á cara con este saaluk, y le deseé la paz y le dije: «Soy extranjero.» Y él me contestó: «Yo también lo soy.» Y estábamos hablando, cuando vimos acercarse á este tercer saaluk, que nos deseó la paz y nos dijo: «Soy extranjero.» Y le contestamos: «También lo somos nosotros.» Y anduvimos juntos hasta que nos sorprendieron las tinieblas.Entonces el Destino nos guió felizmente á esta casa, cerca de vosotras, señoras mías.
Tal es la causa de que me veáis afeitado y tenga un ojo huero.»
Cuando hubo acabado de hablar, le dijo la mayor de las tres doncellas: «Está bien; acaríciate la cabeza[43] y vete. »
Pero el primer saaluk contestó: «No me iré hasta que haya oído los relatos de los demás.»
Y todos estaban maravillados de aquella historia tan prodigiosa, y el califa dijo al visir: «En mi vida he oído aventura semejante á la de este saaluk.»
Entonces el primer saaluk fué á sentarse en el suelo, con las piernas cruzadas, y el otro dió un paso, besó la tierra entre las manos de la joven, y refirió lo que sigue:
«La verdad es, ¡oh señora mía!que yo no nací tuerto.Pero la historia que voy á contarte es tan asombrosa, que si se escribiese con una aguja en el ángulo interior del ojo, serviría de lección á quien fuese capaz de instruirse.
Aquí donde me ves, soy rey, hijo de un rey.También sabrás que no soy ningún ignorante.He leído el Corán, las siete narraciones, los libros capitales, los libros esenciales de los maestros de la ciencia.Y aprendí también la ciencia de los astros y las palabras de los poetas.Y de tal modo me entregué al estudio de todas las ciencias, que pude superar á todos los vivientes de mi siglo.
Además, mi nombre sobresalió entre todos los escritores.Mi fama se extendió por el mundo, y todos los reyes supieron mi valía.Fué entonces cuando oyó hablar de ella el rey de la India, y mandó un mensaje á mi padre rogándole que me enviara á su corte, y acompañó á este mensaje espléndidos regalos, dignos de un rey.Mi padre consintió, hizo preparar seis naves llenas de todas las cosas, y partí con mi servidumbre.
Nuestra travesía duró todo un mes.Al llegar á tierra desembarcamos los caballos y los camellos, y cargamos diez de éstos con los presentes destinados al rey de la India.Pero apenas nos habíamos puesto en marcha, se levantó una nube de polvo, que cubría todas las regiones del cielo y de la tierra, y así duró una hora.Se disipó después, y salieron de ella hasta sesenta jinetes que parecían leones enfurecidos.Eran árabes del desierto, salteadores de caravanas, y cuando intentamos huir, corrieron á rienda suelta detrás de nosotros y no tardaron en darnos alcance.Entonces, haciéndoles señas con las manos, les dijimos: «No nos hagáis daño, pues somos una embajada que lleva estos presentes al poderoso rey de la India. » Y contestaron ellos: «No estamos en sus dominios ni dependemos de ese rey. » Y en seguida mataron á varios de mis servidores, mientras que huíamos los demás. Yo había recibido una herida enorme, pero, afortunadamente, los árabes sólo se cuidaron de apoderarse de las riquezas que llevaban los camellos.
No sabía yo dónde estaba ni qué había de hacer, pues me afligía pensar que poco antes era muy poderoso y ahora me veía en la pobreza y en la miseria.Seguí huyendo, hasta encontrarme en la cima de una montaña, donde había una gruta, y allí al fin pude descansar y pasar la noche.
A la mañana siguiente salí de la gruta, proseguí mi camino, y así llegué á una ciudad espléndida, de clima tan maravilloso, que el invierno nunca la visitó y la primavera la cubría constantemente con sus rosas.Me alegró mucho al entrar en aquella ciudad, donde encontraría, seguramente, descanso á mis fatigas y sosiego á mis inquietudes.
No sabía á quién dirigirme, pero al pasar junto á la tienda de un sastre que estaba allí cosiendo, le deseé la paz, y el buen hombre, después de devolverme el saludo, me abrazó, me invitó cordialmente á sentarme, y lleno de bondad me interrogó acerca de los motivos que me habían alejado de mi país.Le referí entonces cuanto me había ocurrido, desde el principio hasta el fin, y el sastre me compadeció mucho y me dijo: «¡Oh tierno joven, no cuentes eso á nadie! Teme al rey de esta ciudad, que es el mayor enemigo de los tuyos y quiere vengarse de tu padre desde hace muchos años. »
Después me dió de comer y beber, y comimos y bebimos en la mejor compañía.Y pasamos parte de la noche conversando, y luego me cedió un rincón de la tienda para que pudiese dormir, y me trajo un colchón y una manta, cuanto podía necesitar.
Así permanecí en su tienda tres días, y transcurridos que fueron, me preguntó: «¿Sabes algún oficio para ganarte la vida?» Y yo contesté: «¡Ya lo creo!Soy un gran jurisconsulto, un maestro reconocido en ciencias, y además sé leer y contar.» Pero él replicó: «Hijo mío, nada de eso es oficio.Es decir, no digo que no sea oficio—pues me vió muy afligido—, pero no encontrarás parroquianos en nuestra ciudad.Aquí nadie sabe estudiar, ni leer, ni escribir, ni contar.No saben mas que ganarse la vida.» Entonces me puse muy triste y comencé á lamentarme: «¡Por Alah!Sólo sé hacer lo que acabo de decirte.» Y él me dijo: «¡Vamos, hijo mío, no hay que afligirse de ese modo!Coge una cuerda y un hacha y trabaja de leñador, hasta que Alah te depare mejor suerte.Pero sobre todo, oculta tu verdadera condición, pues te matarían.» Y fué á comprarme el hacha y la cuerda, y me mandó con los leñadores, después de recomendarme á ellos.
Marché entonces con los leñadores, y terminado mi trabajo, me eché al hombro una carga de leña, la llevé á la ciudad y la vendí por medio dinar. Compré con unos pocos cuartos mi comida, guardé cuidadosamente el resto de las monedas, y durante un año seguí trabajando de este modo. Todos los días iba á la tienda del sastre, donde descansaba unas horas sentado en el suelo con las piernas cruzadas.
Un día, al salir al campo con mi hacha, llegué hasta un bosque muy frondoso que me ofrecía una buena provisión de leña.Escogí un gran tronco seco, me puse á escarbar alrededor de las raíces, y de pronto el hacha quedó sujeta á una argolla de cobre.Vacié la tierra y descubrí una trampa á la cual estaba prendida la argolla, y al levantarla, apareció una escalera que me condujo hasta una puerta.Abrí la puerta y me encontré en un salón de un palacio maravilloso.Allí estaba una joven hermosísima, perla inestimable, cuyos encantos me hicieron olvidar mis desdichas y mis temores.Y mirándola, me incliné ante el Creador, que la había dotado de tanta perfección y tanta hermosura.
Entonces ella me miró y me dijo: «¿Eres un ser humano ó un efrit?» Y contesté: «Soy un hombre.» Ella volvió á preguntar: «¿Cómo pudiste venir hasta este sitio donde estoy encerrada veinte años?» Y al oir estas palabras, que me parecieron llenas de delicia y de dulzura, le dije: «¡Oh señora mía!Alah me ha traído á tu morada para que olvide mis dolores y mis penas.» Y le conté cuanto me había ocurrido, desde el principio hasta el fin, produciéndole tal lástima, que se puso á llorar, y me dijo: «Yo también te voy á contar mi historia:
»Sabe que soy hija del rey Aknamus, el último rey de la India, señor de la isla de Ébano.Me casé con el hijo de mi tío.Pero la misma noche de mi boda, antes de perder mi virginidad, me raptó un efrit llamado Georgirus, hijo de Rajmus y nieto del propio Eblis, y me condujo volando hasta este sitio, al que había traído dulces, golosinas, telas preciosas, muebles, víveres y bebidas.Desde entonces viene á verme cada diez días; se acuesta esa noche conmigo y se va por la mañana.Si necesitase llamarlo durante los diez días de su ausencia, no tendría mas que tocar esos dos renglones escritos en la bóveda, é inmediatamente se presentaría.Como vino hace cuatro días, no volverá hasta pasados otros seis, de modo que puedes estar conmigo cinco días, para irte uno antes de su llegada.»
Y yo contesté: «Desde luego he de permanecer aquí todo ese tiempo.» Entonces, ella, mostrando una gran satisfacción, se levantó en seguida, me cogió de la mano, me llevó por unas galerías y llegamos por fin al hammam, cómodo y agradable con su atmósfera tibia.Inmediatamente me desnudé, ella se despojó también de sus vestidos, quedando toda desnuda, y los dos entramos en el baño.Después de bañarnos, nos sentamos en la tarima del hammam, uno al lado del otro, y me dió de beber sorbetes de almizcle y á comer pasteles deliciosos.Y seguimos hablando cariñosamente mientras nos comíamos las golosinas del raptor.
En seguida me dijo: «Esta noche vas á dormir y á descansar de tus fatigas, para que mañana estés bien dispuesto. »
Y yo, ¡oh señora mía!me avine á dormir, después de darle mil gracias.Y olvidé realmente todos mis pesares.
Al despertar, la encontré sentada á mi lado, frotando con un delicioso masaje mis miembros y mis pies.Y entonces invoqué sobre ella todas las bendiciones de Alah, y estuvimos hablando durante una hora cosas muy agradables.Y ella me dijo: «¡Por Alah!Antes de que vinieses vivía sola en este subterráneo, y estaba muy triste, sin nadie con quien hablar, y esto durante veinte años.Por eso bendigo á Alah, que te ha guiado junto á mí.»
Después, con voz llena de dulzura, cantó esta estancia:
Nos hubiesen avisado anticipadamente,
Habríamos tendido como alfombra para tus pies
La sangre pura de nuestros corazones y el negro terciopelo de nuestros ojos!
¡Habríamos tendido la frescura de nuestras mejillas
Y la carne juvenil de nuestros muslos sedosos
Para tu lecho, ¡oh viajero de la noche!
¡Porque tu sitio está encima de nuestros párpados!
Al oir estos versos le di las gracias con la mano sobre el corazón, y sentí que su amor se apoderaba de todo mi ser, haciendo que tendieran el vuelo mis dolores y mis penas. En seguida nos pusimos á beber en la misma copa, hasta que se ausentó el día. Y aquella noche me acosté con ella, para gozar la mayor felicidad. ¡Y jamás en mi vida he pasado una noche semejante! Por eso cuando llegó la mañana nos levantamos muy satisfechos uno de otro y realmente poseídos de una dicha sin límites.
Entonces, más enamorado que nunca, temiendo que se acabase nuestra felicidad, le dije: «¿Quieres que te saque de este subterráneo y que te libre del efrit?» Pero ella se echó á reir y me dijo: «¡Calla y conténtate con lo que tienes!Ese pobre efrit sólo vendrá una vez cada diez días, y todos los demás serán para ti.» Pero exaltado por mi pasión, me excedí demasiado en mis deseos, pues repuse: «Voy á destruir esas inscripciones mágicas, y en cuanto se presente el efrit, lo mataré.Para mí es un juego exterminar á esos efrits, ya sean de encima ó de debajo de la tierra.»
Y la joven, queriendo calmarme, recitó estos versos:
¡Oh tú, que pides un plazo antes de la separación y que encuentras dura la ausencia!¿no sabes que es el medio de no encadenarse?¿no sabes que es sencillamente el medio de amar?
¿Ignoras que el cansancio es la regla de todas las relaciones, y que la ruptura es la conclusión de todas las amistades?...
Pero yo, sin hacer caso de estos versos que ella me recitaba, di un violento puntapié en la bóveda...»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 13. ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado!que el segundo saaluk prosiguió su relato de este modo:
«¡Oh señora mía!cuando di en la bóveda tan violento puntapié, la joven me dijo: «¡He ahí el efrit!¡Ya viene contra nosotros!¡Por Alah!¡Me has perdido!Atiende á tu salvación y sal por donde entraste.»
Entonces me precipité hacia la escalera.Pero desgraciadamente, á causa de mi gran terror había olvidado las sandalias y el hacha.Por eso, como había ya subido algunos peldaños, volví un poco la cabeza para dirigir la última mirada á las sandalias y al hacha que habían sido mi felicidad; pero en el mismo instante vi abrirse la tierra y aparecer un efrit enorme, horriblemente feo, que preguntó á la joven: «¿A qué obedece esa llamada tan terrible con la que acabas de asustarme?¿Qué desgracia te amenaza?» Ella contestó: «Ninguna desgracia.Sentí una opresión en el pecho, á causa de mi soledad, y al levantarme en busca de alguna bebida refrescante que reconfortara mi ánimo, lo hice tan bruscamente, que resbalé y fuí á dar contra la cúpula. » Pero el efrit dijo: «¡Cómo sabes mentir, desvergonzada libertina! » Después empezó á registrar el palacio por todos lados, hasta encontrar mis babuchas y el hacha. Y entonces gritó: «¿Qué significan estas prendas? ¿Cómo han podido llegar aquí? » Y ella contestó: «Ahora las veo por primera vez. Acaso las llevarías tú colgando á la espalda, y así las has traído. » El efrit, en el colmo del furor, dijo entonces: «Todo eso son palabras absurdas, torpes y falsas. Y no han de servirte conmigo, mala mujer. »
En seguida la desnudó completamente, la puso sobre cuatro estacas clavadas en el suelo, y empezó á atormentarla, insistiendo en sus preguntas sobre lo que había ocurrido.Pero yo no pude resistir más aquella escena, ni escuchar su llanto, y subí rápidamente los peldaños, trémulo de terror.Una vez en el bosque, puse la trampa como la había encontrado y la oculté á las miradas cubriéndola con tierra.Y me arrepentí de mi acción hasta el límite del arrepentimiento.Y me puse á pensar en la joven, en su hermosura y en los tormentos que le hacía sufrir aquel miserable después de poseerla veinte años.Y aún me dolía más que la atormentase por causa mía.Y en ese momento me puse á pensar también en mi padre, en su reino y en mi triste condición de leñador.¡Esto fué todo!
Después seguí caminando, hasta llegar á la casa de mi amigo el sastre.Y lo encontré muy impaciente á causa de mi ausencia, pues se hallaba sentado y parecía que lo estuviesen friendo al fuego con una sartén.Y me dijo: «Como no viniste ayer, pasé toda la noche muy intranquilo.Y temí que te hubiese devorado alguna fiera ó te hubiera pasado algo semejante en el bosque; pero ¡alabado sea Alah que te guardó!» Entonces le di las gracias por su bondad, entré en la tienda, y sentado en mi rincón, empecé á pensar en mi desventura y á reconvenirme por aquel puntapié tan imprudente que había dado en la bóveda.De pronto mi amigo el sastre entró y me dijo: «En la puerta de la tienda hay un hombre, una especie de persa, que pregunta por ti y lleva en la mano tu hacha y tus babuchas.Las ha presentado á todos los sastres de esta calle, y les ha dicho: «Al ir esta mañana á la oración, llamado por el muecín, me he encontrado por el camino estas prendas y no sé á quién pertenecen.¿Me lo podríais decir vosotros?» Entonces los sastres reconocieron tu hacha y tus sandalias y lo han encaminado hacia aquí.Y ahí está aguardándote en la puerta de la tienda.Sal, dale las gracias, y recoge el hacha y las sandalias.» Pero al oir todo aquello me puse muy pálido y creí desmayarme de terror.Y hallándome en este trance, se abrió de pronto la tierra y apareció el persa.¡Era el efrit!Había sometido á la joven al tormento, ¡y qué tormento!Pero ella nada había declarado, y entonces él, cogiendo el hacha y las babuchas, le dijo: «Ahora verás si no soy Georgirus, descendiente de Eblis. ¡Vas á ver si puedo traer ó no al amo de estas cosas! »
Y había empleado en las casas de los sastres la estratagema de que he hablado.
Se me apareció, pues, bruscamente, brotando del suelo, y sin perder un instante me cogió en brazos, se elevó conmigo por los aires, y descendió después para hundirme con él en la tierra.Yo había perdido por completo el conocimiento.Me llevó al palacio subterráneo en que había sido tan feliz, y allí vi desnuda á la joven, cuya sangre corría por su cuerpo.Mis ojos se habían llenado de lágrimas.Entonces el efrit se dirigió á ella y le dijo: «Aquí tienes á tu amante.» Y la joven me miró y dijo: «No sé quién pueda ser este hombre.No le he visto hasta ahora.» Y replicó el efrit: «¿Cómo es eso?¿Te presento la prueba del delito y no confiesas?» Y ella, resueltamente, insistió: «He dicho que no le conozco.» Entonces dijo el efrit: «Si es verdad que no lo conoces, coge ese alfanje y córtale la cabeza.» Y ella cogió el alfanje, avanzó muy decidida y se detuvo delante de mí.Y yo, pálido de terror, le pedía por señas que me perdonase, y las lágrimas corrían por mis mejillas.Y ella me hizo también una seña con los ojos, mientras decía en alta voz: «¡Tú eres la causa de mis desgracias!» Y yo contesté á esta seña con una contracción de mis ojos, y recité estos versos de doble sentido, que el efrit no podía entender:
¡Mis ojos saben hablarte suficientemente para que la lengua sea inútil!¡Sólo mis ojos te revelan los secretos ocultos de mi corazón!
¡Cuando te apareciste, corrieron por mi rostro dulces lágrimas, y me quedé mudo, pues mis ojos te decían lo necesario!
¡Los párpados saben expresar también los sentimientos!¡El entendido no necesita utilizar los dedos!
¡Nuestras cejas pueden suplir á las palabras!¡Silencio, pues!¡Dejemos que hable el amor!
Y entonces la joven, habiendo entendido mis súplicas, soltó el alfanje.Lo recogió el efrit, y entregándomelo, dijo señalando á la joven: «Córtale la cabeza y quedarás en libertad; te prometo no causarte ningún daño.» Y yo contesté: «¡Así sea!» Y cogí el alfanje y avancé resueltamente con el brazo levantado.Pero ella me imploraba, haciéndome señas con los ojos, como diciendo: «¿Qué daño te hice?» Y entonces se me llenaron los ojos de lágrimas, y arrojando el alfanje, dije al efrit: «¡Oh poderoso efrit!¡Oh héroe robusto é invencible!Si esta mujer fuese tan mala como crees, no habría dudado en salvarse á costa de mi vida.Y en cambio ya has visto que ha arrojado el alfanje.¿Cómo he de cortarle yo la cabeza, si además no conozco á esta joven?Así me dieses á beber la copa de la mala muerte, no había de prestarme á esa villanía.» Y el efrit contestó á estas palabras: «¡Basta ya!Acabo de sorprender que os amáis.He podido comprobarlo.»
Y entonces, ¡oh señora mía!cogió el alfanje y cortó una mano de la joven y después la otra mano, y luego el pie derecho y después el izquierdo.De cuatro golpes sajó las cuatro extremidades.Y yo, al ver aquello con mis propios ojos, creí que me moría.
En ese momento la joven, guiñándome un ojo, me hizo disimuladamente una seña.Pero ¡ay de mí!el efrit la sorprendió, y dijo: «¡Oh hija de puta!Acabas de cometer adulterio con tu ojo.» Y entonces de un tajo le cortó la cabeza.Después, volviéndose hacia mí, exclamó: «Sabe, ¡oh tú, ser humano!que nuestra ley nos permite á los efrits matar á la esposa adúltera, y hasta lo encuentra lícito y recomendable.Sabe que yo robé á esta joven la noche de su boda, cuando aún no tenía doce años y antes de que nadie se acostara con ella.Y la traje aquí, y cada diez días venía á verla, y pasábamos juntos la noche, y copulaba con ella bajo el aspecto de un persa; pero hoy, al saber que me engañaba, la he matado.Sólo me ha engañado con un ojo, con el que te guiñó al mirarte.En cuanto á ti, como no he podido comprobar si fornicaste con ella, no te mataré; pero de todos modos, algo he de hacerte para que no te rías á mis espaldas y para humillar tu vanidad.Te permito elegir el mal que quieras que te cause.»
Entonces, ¡oh señora mía!al verme libre de la muerte, me regocijé hasta el límite del regocijo, y confiando en obtener toda su gracia, le dije: «Realmente, no sé cuál elegir de entre todos los males; no prefiero ninguno. » Y el efrit, más irritado que nunca, golpeó con el pie en el suelo y exclamó: «¡Te mando que elijas! A ver, ¿bajo qué forma quieres que te encante? ¿Prefieres la de un borrico? ¿La de un mulo? ¿La de un cuervo? ¿La de un perro? ¿La de un mono? » Entonces yo, con la esperanza de un indulto completo y abusando de su buena disposición, le respondí: «¡Oh mi señor Georgirus, descendiente del poderoso Eblis! Si me perdonas, Alah te perdonará también, pues tendrá en cuenta tu clemencia con un buen musulmán que nunca te hizo daño. » Y seguí suplicando hasta el límite de la súplica, postrándome humildemente entre sus manos, y le decía: «No me condenes injustamente. » Pero él replicó: «No hables más si no quieres morir. Es inútil que abuses de mi bondad, pues tengo que encantarte necesariamente. »
Y dicho esto, me cogió, hendió la cúpula, atravesó la tierra y voló conmigo á tal altura, que el mundo me parecía una escudilla de agua.Descendió después hasta la cima de un monte, y allí me soltó; cogió luego un puñado de tierra, refunfuñó algo como un gruñido, pronunció en seguida unas palabras misteriosas, y arrojándome la tierra, dijo: «¡Sal de tu forma y toma la de un mono!» Y al momento, ¡oh señora mía!quedé convertido en mono.¡Pero qué mono!¡Viejo, de más de cien años y de una fealdad excesiva!Cuando me vi tan horrible, me desesperé y me puse á brincar, y brincaba realmente. Y como aquello no me servía de remedio, rompí á llorar á causa de mis desventuras. Y el efrit se reía de un modo que daba miedo, hasta que por último desapareció.
Y medité entonces sobre las injusticias de la suerte, habiendo aprendido á costa mía que la suerte no depende de la criatura.
Después descendí al pie de la montaña, hasta llegar á lo más bajo de todo.Y empecé á viajar, y por las noches me subía para dormir á la copa de los árboles.Así fui caminando durante un mes, hasta encontrarme á orillas del mar.Y allí me detuve como una hora, y acabé por ver una nave, en medio del mar, que era impulsada hacia la costa por un viento favorable.Entonces me escondí detrás de unas rocas, y allí aguardé.Cuando la embarcación ancló y sus tripulantes comenzaron á desembarcar, me tranquilicé un tanto, saltando finalmente á la nave.Y uno de aquellos hombres gritó al verme: «¡Echad de aquí pronto á ese bicho de mal agüero!» Otro dijo: «¡Mejor sería matarlo!» Y un tercero repuso: «Sí, matémoslo con este sable.» Entonces me eché á llorar y detuve con una mano el arma, y mis lágrimas corrían abundantes.
Y en seguida el capitán, compadeciéndose de mí, exclamó: «¡Oh mercaderes!este mono acaba de implorarme, y queda bajo mi protección.Y os prohibo echarle, pegarle ú hostigarle.» Luego hubo de dirigirme benévolas palabras, y yo las entendía todas.Entonces acabó por tomarme en calidad de criado, y yo hacía todas sus cosas y le servía en la nave.
Y al cabo de cincuenta días, durante los cuales nos fué el viento propicio, arribamos á una ciudad enorme y tan llena de habitantes, que sólo Alah podría contar su número.
Cuando llegamos, acercáronse á nuestra nave los mamalik enviados por el rey de la ciudad.Y llegaron para saludarnos y dar la bienvenida á los mercaderes, diciéndoles: «El rey nos manda que os felicitemos por vuestra feliz llegada, y nos ha entregado este rollo de pergamino para que cada uno de vosotros escriba en él una línea con su mejor letra.»
Entonces yo, que no había perdido aún mi forma de mono, les arranqué de la mano el pergamino, alejándome con mi presa.Y temerosos sin duda de que lo rompiese ó lo tirase al mar, me llamaron á gritos y me amenazaron; pero les hice seña de que sabía y quería escribir; y el capitán repuso: «Dejadle.Si vemos que lo emborrona, le impediremos que continúe; pero si escribe bien de veras, le adoptaré por hijo, pues en mi vida he visto un mono más inteligente.»
Cogí entonces el cálamo, lo mojé, extendiendo bien la tinta por sus dos caras, y comencé á escribir. Y escribí cuatro estrofas, cada una con una letra diferente, é improvisadas en distinto estilo: la primera al modo Rikaa, la segunda al modo Rihani, la tercera al modo Sulci y la cuarta al modo Muchik:
a) ¡El tiempo ha descrito ya los beneficios y los dones de los hombres generosos, pero desespera de poder enumerar jamás los tuyos!
¡Después de Alah, el género humano no puede recurrir mas que á ti, porque eres realmente el padre de todos los beneficios!
b) Os hablaré de su pluma:
¡Es la primera, y el origen mismo de las plumas!¡Su poderío es sorprendente!¡Y ella es la que le ha colocado entre los sabios más notables!
¡De esa pluma, cogida con las yemas de sus cinco dedos, han brotado y corren por el mundo cinco ríos de elocuencia y poesía!
c) Os hablaré de su inmortalidad:
¡No hay escritor que no muera; pero el tiempo eterniza lo escrito por su manos!
¡Así, pues, no dejes escribir á tu pluma mas que aquello de que puedas enorgullecerte el día de la Resurrección!
d) ¡Si abres el tintero, utilízalo solamente para trazar renglones que beneficien á toda criatura generosa!
¡Pero si no has de usarlo para hacer donaciones, procura, al menos, producir belleza!¡Y serás así uno de aquellos á quienes se cuenta entre los escritores más grandes!
Cuando acabé de escribir les entregué el rollo de pergamino. Y todos los que lo vieron se quedaron muy admirados. Después cada cual escribió una línea con su mejor letra.
Luego de esto se fueron los esclavos para llevar el rollo al rey.Y cuando el rey hubo examinado lo escrito por cada uno de nosotros, no quedó satisfecho más que de lo mío, que estaba hecho de cuatro maneras diferentes, pues mi letra me había dado reputación universal cuando yo era todavía príncipe.
Y el rey dijo á sus amigos que estaban presentes y á los esclavos: «Id en seguida á ver al que ha hecho esta hermosa letra, dadle este traje de honor para que se lo vista, y traedle en triunfo sobre mi mejor mula al son de los instrumentos.»
Al oirlo, todos empezaron á sonreír.Y el rey, al notarlo, se enojó mucho, y dijo: «¡Cómo!¿Os doy una orden y os reís de mí?» Y contestaron: «¡Oh rey del siglo!En verdad que nos guardaríamos de reirnos de tus palabras; pero has de saber que el que ha hecho esa letra tan hermosa no es hijo de Adán, sino un mono que pertenece al capitán de la nave.» Estas palabras sorprendieron mucho al rey, y luego, convulso de alegría y estallando de risa, dijo: «Deseo comprar ese mono.» Y ordenó inmediatamente á las personas de su corte que cogiesen la mula y el traje de honor y se fuesen á la nave á buscar al mono, y les dijo: «De todas maneras, le vestiréis con ese traje de honor y le traeréis montado en la mula.»
Llegados á la nave, me compraron á un precio elevado, aunque al principio el capitán se resistía á venderme, comprendiendo, por las señas que le hice, que me era muy doloroso separarme de él. Después los otros me vistieron con el traje de honor, montáronme en la mula y salimos al son de los instrumentos más armoniosos que se tocaban en la ciudad. Y todos los habitantes y las criaturas humanas de la población se quedaron asombrados, mirando con interés enorme un espectáculo tan extraordinario y prodigioso.
Cuando me llevaron ante el rey y lo vi, besé la tierra entre sus manos tres veces, permaneciendo luego inmóvil.Entonces el monarca me invitó á sentarme, y yo me postré de hinojos.Y todos los concurrentes se quedaron maravillados de mi buena crianza y mi admirable cortesía; pero el más profundamente maravillado fué el rey.Y cuando me postré de hinojos, el rey dispuso que todo el mundo se fuese, y todo el mundo se marchó.No quedamos mas que el rey, el jefe de los eunucos, un joven esclavo favorito y yo, señora mía.
Entonces ordenó el rey que trajesen algunas vituallas.Y colocaron, sobre un mantel cuantos manjares puede el alma anhelar y cuantas excelencias son la delicia de los ojos.Y el rey me invitó luego á servirme, y levantándome y besando la tierra entre sus manos siete veces, me senté sobre mi trasero de mono y me puse á comer muy pulcramente, recordando en todo mi educación pasada.
Cuando levantaron el mantel, me levanté yo también para lavarme las manos.Volví después de lavármelas, cogí el tintero, la pluma y una hoja de pergamino, y escribí lentamente estas dos estrofas ensalzando las excelencias de la pastelería árabe:
¡Oh pastelero!¡dulces, finos y sublimes pasteles, enrollados con los dedos!¡Vosotros sois la triaca, el antídoto de cualquier veneno!¡Nada me gusta tanto, y constituís mi única esperanza, toda mi pasión!
¡El corazón se me estremece al ver un mantel bien extendido, en cuyo centro se aromatiza una kenafa[44] nadando sobre la manteca y la miel en una gran bandeja!
¡Oh kenafa!¡kenafa fina y sedosa como cabellera!¡Mi deseo por saborearte, ¡oh kenafa!llega á la exageración!¡Y me pondría en peligro de muerte el pasar un día sin que estuvieses en mi mesa!¡Oh kenafa!
¡Y tú, jarabe!¡adorable y delicioso jarabe!¡Aunque lo estuviera comiendo y bebiendo día y noche, volvería á desearlo en la vida futura!
Después de esto dejé la pluma y el tintero, y me senté respetuosamente á alguna distancia.Y no bien leyó el rey lo que yo había escrito, se maravilló asombrosamente, y exclamó: «¿Es posible que un mono posea tanta elocuencia, y sobre todo una letra tan magnífica?¡Por Alah!...¡Es el prodigio de los prodigios!»
En aquel instante trajeron un juego de ajedrez, y el rey me preguntó por señas si sabía jugar, contestándole yo que sí con la cabeza. Y me acerqué, coloqué las piezas, y me puse á jugar con el rey. Y le di mate dos veces. Y el rey no supo entonces qué pensar, quedándose perplejo, y dijo: «¡Si éste fuera un hijo de Adán, habría superado á todos los vivientes de su siglo! »
Y ordenó luego al eunuco: «Ve á las habitaciones de tu dueña, mi hija, y dile: «¡Oh mi señora!Venid inmediatamente junto al rey», pues quiero que disfrute de este espectáculo y vea un mono tan maravilloso.»
Entonces fué el eunuco, y no tardó en volver con su dueña, la hija del rey, que en cuanto me divisó se cubrió la cara con el velo, y dijo: «¡Padre mío!¿Cómo me mandas llamar ante hombres extraños?» Y el rey dijo: «Hija mía, ¿por quién te tapas la cara, si no hay aquí nadie más que nosotros?» Entonces contestó la joven: «Sabe, ¡oh padre mío!que ese mono es hijo de un rey llamado Amarus, y dueño de un lejano país.Este mono está encantado por el efrit Georgirus, descendiente de Eblis, después de haber matado á su esposa, hija del rey Aknamus, señor de las Islas de Ébano.Este mono, al cual crees mono de veras, es un hombre, pero un hombre sabio, instruido y prudente.»
Sorprendido al oir estas palabras, me preguntó el rey: «¿Es verdad lo que dice de ti mi hija?» Y yo, con la cabeza, le indiqué como era cierto, y rompí á llorar.Entonces el rey le preguntó á su hija: «¿Por qué sabes que está encantado?» Y la princesa contestó: «¡Oh padre mío! Siendo yo pequeña, la vieja que había en casa de mi madre era una bruja muy versada en la magia y me enseñó este arte. Más tarde me perfeccioné en él, y aprendí más de ciento setenta artículos mágicos, de los cuales el más insignificante me permitiría transportar tu palacio con todas sus piedras y la ciudad entera detrás del Cáucaso, y convertir en mar esta comarca y en peces á cuantos la habitan. »
Y el padre exclamó: «¡Por el verdadero nombre de Alah sobre ti, ¡oh hija mía!desencanta á ese hombre, para que yo le nombre mi visir.Pero ¿es posible que tú poseas ese talento tan enorme y que yo lo ignorase?Desencanta inmediatamente á ese mono, pues debe ser un joven muy inteligente y agradable.» Y la princesa respondió: «De buena gana y como homenaje debido.»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 14. ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado!que el segundo saaluk dijo á la dueña de la casa:
«¡Oh mi señora!Al oir la princesa el ruego de su padre, cogió un cuchillo que tenía unas inscripciones en lengua hebrea, trazó con él un círculo en el suelo, escribió allí varios renglones talismánicos, y después se colocó en medio del círculo, murmuró algunas palabras mágicas, leyó en un libro antiquísimo unas cosas que nadie entendía, y así permaneció breves instantes. Y he aquí que de pronto nos cubrieron unas tinieblas tan espesas, que nos creímos enterrados bajo las ruinas del mundo. Y súbitamente apareció el efrit Georgirus bajo el aspecto más horrible, las manos como rastrillos, las piernas como mástiles y los ojos como tizones encendidos. Entonces nos aterrorizamos todos, pero la hija del rey le dijo: «¡Oh efrit! No puedo darte la bienvenida ni acogerte con cordialidad. » Y contestó el efrit: «¿Por qué no cumples tus promesas? ¿No juraste respetar nuestro acuerdo de no combatirnos ni mezclarte en nuestros asuntos? Mereces el castigo que voy á imponerte. ¡Ahora verás, traidora! » E inmediatamente el efrit se convirtió en un león espantoso, el cual, abriendo la boca en toda su extensión, se abalanzó sobre la joven. Pero ella, rápidamente, se arrancó un cabello, se lo acercó á los labios, murmuró algunas palabras mágicas, y en seguida el cabello se convirtió en un sable afiladísimo. Y dió con él tal tajo al león, que lo partió en dos mitades. Pero inmediatamente la cabeza del león se transformó en un escorpión horrible, que se arrastraba hacia el talón de la joven para morderle, y la princesa se convirtió en seguida en una serpiente enorme, que se precipitó sobre el maldito escorpión, imagen del efrit, y ambos trabaron descomunal batalla. De pronto, el escorpión se convirtió en un buitre y la serpiente en un águila, que se cernió sobre el buitre, y ya iba á alcanzarlo, después de una hora de persecución, cuando el buitre se transformó en un enorme gato negro, y la princesa en lobo. Gato y lobo se batieron á través del palacio, hasta que el gato, al verse vencido, se convirtió en una inmensa granada roja y se dejó caer en un estanque que había en el patio. El lobo se echó entonces al agua, y la granada, cuando iba á cogerla, se elevó por los aires, pero como era tan enorme cayó pesadamente sobre el mármol y se reventó. Los granos, desprendiéndose uno á uno, cubrieron todo el suelo. El lobo se transformó entonces en gallo, empezó á devorarlos, y ya no quedaba mas que uno, pero al ir á tragárselo se le cayó del pico, pues así lo había dispuesto la fatalidad, y fué á esconderse en un intersticio de las losas, cerca del estanque. Entonces el gallo empezó á chillar, á sacudir las alas y á hacernos señas con el pico, pero no entendíamos su lenguaje, y como no podíamos comprenderle, lanzó un grito tan terrible, que nos pareció que el palacio se nos venía encima. Después empezó á dar vueltas por el patio, hasta que vió el grano y se precipitó á cogerlo, pero el grano cayó en el agua y se convirtió en un pez. El gallo se transformó entonces en una ballena enorme, que se hundió en el agua persiguiendo al pez, y desapareció de nuestra vista durante una hora. Después oímos unos gritos tremendos y nos estremecimos de terror. Y en seguida apareció el efrit en su propia y horrible figura, pero ardiendo como un ascua, pues de su boca, de sus ojos y de su nariz salían llamas y humo; y detrás de él surgió la princesa en su propia forma, pero ardiendo también como metal en fusión, y persiguiendo al efrit, que ya nos iba á alcanzar. Entonces, temiendo que nos abrasase, quisimos echarnos al agua, pero el efrit nos detuvo dando un grito espantoso, y empezó á resollar fuego contra todos. La princesa lanzaba fuego contra él, y fué el caso que nos alcanzó el fuego de los dos, y el de ella no nos hizo daño, pero el del efrit sí que nos lo produjo, pues una chispa me dió en este ojo y me lo saltó; otra dió al rey en la cara, y le abrasó la barbilla y la boca, arrancándole parte de la dentadura, y otra chispa prendió en el pecho del eunuco y le hizo perecer abrasado.
Mientras tanto, la princesa perseguía al efrit, lanzándole fuego encima, hasta que oímos decir: «¡Alah es el único grande!¡Alah es el único poderoso!¡Aplasta al que reniega de la fe de Mohamed, señor de los hombres!» Esta voz era de la princesa, que nos mostraba al efrit enteramente convertido en un montón de cenizas.Después llegó hasta nosotros y dijo: «Aprisa, dadme una taza con agua.» Se la trajeron, pronunció la princesa unas palabras incomprensibles, me roció con el agua, y dijo: «¡Queda desencantado en nombre del único Verdadero! ¡Por el poderoso nombre de Alah, vuelve á tu primitiva forma! »
Entonces volví á ser hombre, pero me quedé tuerto.Y la princesa, queriendo consolarme, me dijo: «¡El fuego siempre es fuego, hijo mío!» Y lo mismo dijo á su padre por sus barbas chamuscadas y sus dientes rotos.Después exclamó: «¡Oh padre mío!Necesariamente he de morir, pues está escrita mi muerte.Si este efrit hubiese sido una simple criatura humana, lo habría aniquilado en seguida.Pero lo que más me hizo sufrir fué que, al dispersarse los granos de la granada, no acerté á devorar el grano principal, el único que contenía el alma del efrit; pues si hubiera podido tragármelo, habría perecido inmediatamente.Pero ¡ay de mí!tardé mucho en verlo.Así lo quiso la fatalidad del Destino.Por eso he tenido que combatir tan terriblemente contra el efrit debajo de tierra, en el aire y en el agua.Y cada vez que él abría una puerta de salvación, le abría yo otra de perdición, hasta que abrió por fin la más fatal de todas, la puerta del fuego, y yo tuve que hacer lo mismo.Y después de abierta la puerta del fuego, hay que morir necesariamente.Sin embargo, el Destino me permitió quemar al efrit antes de perecer yo abrasada.Y antes de matarle, quise que abrasara nuestra fe, que es la santa religión del Islam, pero se negó, y entonces lo quemé.Alah ocupará mi lugar cerca de vosotros, y esto podrá serviros de consuelo.»
Después de estas palabras empezó á implorar al fuego, hasta que al fin brotaron unas chispas negras que subieron hacia su pecho. Y cuando el fuego le llegó á la cara, lloró, y luego dijo: «¡Afirmo que no hay más Dios que Alah, y que Mohamed es su profeta! » No bien había pronunciado estas palabras, la vimos convertirse en un montón de ceniza, próximo al otro montón que formaba el efrit.
Entonces nos afligimos profundamente.Gustoso habría yo ocupado su lugar, antes que ver bajo tan mísero aspecto á aquella joven de radiante hermosura que tanto quiso favorecerme; pero los designios de Alah son inapelables.
Al advertir el rey la transformación sufrida por su hija, lloró por ella, mesándose las barbas que le quedaban, abofeteándose y desgarrándose las ropas.Y lo propio hice yo.Y los dos lloramos sobre ella.En seguida llegaron los chambelanes, y los jefes del gobierno hallaron al sultán llorando aniquilado ante los dos montones de ceniza.Y se asombraron muchísimo, y comenzaron á dar vueltas á su alrededor, sin atreverse á hablarle.Al cabo de una hora se repuso algo el rey, y les contó lo ocurrido entre la princesa y el efrit.Y todos gritaron: «¡Alah!¡Alah!¡Qué gran desdicha!¡Qué tremenda desventura!»
En seguida llegaron todas las damas de palacio con sus esclavas, y durante siete días se cumplieron todas las ceremonias de duelo y de pésame.
Luego dispuso el rey la construcción de un gran sarcófago para las cenizas de su hija, y que se encendiesen velas, faroles y linternas día y noche. En cuanto á las cenizas del efrit, fueron aventadas bajo la maldición de Alah.
La tristeza acarreó al sultán una enfermedad que le tuvo á la muerte.Esta enfermedad le duró un mes entero.Y cuando hubo recobrado algún vigor, me llamó á su presencia y me dijo: «¡Oh joven!Antes de que vinieses vivíamos aquí nuestra vida en la más perfecta dicha, libres de los sinsabores de la suerte.Ha sido necesario que tú vinieses y que viéramos tu hermosa letra para que cayesen sobre nosotros todas las aflicciones.¡Ojalá no te hubiésemos visto nunca á ti, ni á tu cara de mal agüero, ni á tu maldita escritura!Porque primeramente ocasionaste la pérdida de mi hija, la cual, sin duda, valía más que cien hombres.Después, por causa tuya, me quemé lo que tú sabes, y he perdido la mitad de mis dientes, y la otra mitad casi ha volado también.Y por último, ha perecido mi pobre eunuco, aquel buen servidor que fué ayo de mi hija.Pero tú no tuviste la culpa, y mal podrías remediarlo ahora.Todo nos ha ocurrido á nosotros y á ti por voluntad de Alah.¡Alabado sea, por permitir que mi hija te desencantara, aunque ella pereciese!¡Es el Destino!Ahora, hijo mío, debes abandonar este país, porque ya tenemos bastante con lo que por tu causa nos ha ocurrido.¡Alah es quien todo lo decreta!¡Sal, pues, y vete en paz!»
Entonces, ¡oh mi señora!abandoné el palacio del rey, sin fiar mucho en mi salvación.No sabía adónde ir. Y recordé entonces todo cuanto me había sucedido, desde el principio hasta el fin, cómo me habían dejado sano y salvo los árabes del desierto, mi viaje y mis fatigas de un mes, mi entrada en la ciudad como extranjero, el encuentro con el sastre, la entrevista é intimidad tan deliciosa con la joven del subterráneo, el modo de escaparme de las manos del efrit que me quería matar, todo, en fin, sin olvidar mi transformación en mono al servicio después del capitán mercante, mi compra á elevado precio por el rey á consecuencia de mi hermosa letra, mi desencanto, ¡en fin, todo! Y más que nada, ¡ay de mí! el último incidente, que me hizo perder un ojo. Pero di gracias á Alah, y dije: «¡Más vale perder un ojo que la vida! » Después de esto, fui al hammam á tomar un baño antes de salir de la ciudad. Entonces, ¡oh señora mía! me afeité la barba para poder viajar seguro en calidad de saaluk. Desde aquella fecha no he dejado ni un día de llorar pensando en las desgracias que sobre mí han caído, y sobre todo en la pérdida de mi ojo izquierdo. Y cada vez que esto me viene á la memoria, el ojo derecho se me llena de lágrimas, que no me dejan ver, aunque nunca me impedirán pensar en estos versos del poeta:
¿Conoce Alah misericordioso mi aflicción?¡Las desdichas pesan sobre mí, y me he dado cuenta de ellas demasiado tarde!
¡Pero haré acopio de paciencia frente á mis grandes desventuras, para que el mundo no ignore que he tomado con paciencia algo que es más amargo que la misma paciencia!
¡Porque la paciencia tiene su belleza, sobre todo cuando es el hombre piadoso quien la practica!¡De todos modos, ha de ocurrir lo que haya decidido Alah respecto á cada criatura! ¡Mi misteriosa amada conoce los secretos de mi lecho, y ninguno, aunque sea el secreto de los secretos, puede ocultársele!
¡Al que diga que hay delicias en este mundo, contestadle que pronto conocerá días más amargos que el jugo de la mirra!
Entonces salí de la ciudad aquella, viajé por varios países, atravesé sus capitales, y luego me dirigí á Bagdad, la morada de paz, donde espero llegar á ver al Emir de los Creyentes para contarle cuanto me ha ocurrido.
Después de muchos días de viaje, he llegado esta misma noche á Bagdad, y encontré muy perplejo al hermano que está ahí, al primer saaluk, y le dije: «¡La paz sea contigo!» Y él me contestó: «¡Y contigo la paz, y la misericordia de Alah, y todas sus bendiciones!»
Entonces empecé á conversar con él, y se nos acercó el otro hermano, el tercer saaluk, quien después de desearnos la paz, nos dijo que era extranjero.Y nosotros le dijimos: «También somos extranjeros, y hemos llegado hoy á esta ciudad bendita.» Y echamos á andar juntos, sin que ninguno supiera la historia de sus compañeros. Y la suerte y el Destino nos guiaron hasta esta puerta, y entramos en vuestra casa.
He aquí, ¡oh mi señora!los motivos de que me veas tuerto y con la barba afeitada.»
Entonces la dueña de la casa dijo al segundo saaluk: «Tu historia es realmente extraordinaria.Ahora alísate un poco el pelo sobre la cabeza y ve á buscar tu destino por la ruta de Alah.»
Pero él respondió: «En verdad que no saldré de aquí sin haber oído el relato de mi tercer compañero.»
Entonces el tercer saaluk dió un paso y dijo: