El arte de amar

El arte de amar
Author: Ovid
Pages: 157,405 Pages
Audio Length: 2 hr 11 min
Languages: es

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EL TRADUCTOR

De Ovidio y de sus obras han escrito otras plumas más bien cortadas que la mía; y así fuera temeridad querer añadir, o superfluidad copiar a los eruditos que emprendieron aquel trabajo.Demás de que los comentarios y rapsodias no son ya del gusto de nuestro siglo; en el cual, como en todos, el que aspira a instruirse con solidez es necesario que recurra a las fuentes, sin contentarse con vagas repeticiones, y noticias tal vez corrompidas.

Pero yo traduzco un poema de Ovidio, que ha de andar en manos de todos, y entre mis lectores habrá muchos que no han oído siquiera su nombre; y otros que apenas tienen idea superficial de él y de sus poesías. Y he aquí por qué no puedo pasar del todo en silencio algunas circunstancias de este meritísimo autor.

P.Ovidio Nasón, caballero romano, nació en Sulmona, ciudad del Abruzo, cuarenta y tres años antes de la era vulgar, el mismo día en que fue muerto el elocuente Cicerón.En Roma, a donde fue llevado de corta edad, se dio a las letras bajo la dirección de Plocio Gripo; y mostrando agudo ingenio, a los dieciséis años le enviaron a Atenas, donde estudió las ciencias, y se perfeccionó en la lengua griega.Las escuelas atenienses eran por entonces frecuentadas de la juventud romana, y apenas habrá autor latino de nota que no se formase en ellas. Quiso su padre obligarle a seguir la carrera del foro, y en efecto por obedecerle la siguió algún tiempo, hasta que muerto su padre, la abandonó por las deliciosas musas, arte a que le llamaba la innata inclinación. Tuvo también por maestros en la filosofía a Porcio Latrón, en la retórica a Marcelo Fusco, y en la gramática a Julio Grecino, profesores que entonces se llevaban el aplauso en Roma.

Fue bueno e ingenioso orador, afluente y patético poeta, que engrandecía y animaba cuantos asuntos encomendaba a su pluma; bien que las demasiadas flores con que exornó sus versos, prodigadas con facilidad por su ardiente y fecunda imaginación, le apartaron algún tanto de la noble y sencilla majestad del arte. Dicen que tenía tanto amor propio, que no solo desconocía, sino que amaba sus defectos, negándose a corregirlos, aun cuando sus amigos se los advirtiesen. ¡Debilidad humana, de que no se eximen los mayores hombres!

Gozó en Roma de los honores y beneficios con que Augusto acostumbraba remunerar a los grandes talentos, y hubiera acaso llegado a mayor fortuna que otros poetas sus contemporáneos; pero la desgracia, que al hombre le es dado pocas veces evitar, le proporcionó los amores de Julia, hija de Tiberio, a quien escribió algunas epístolas amatorias, las cuales miró Augusto como delito de lesa majestad, y las mandó quemar, desterrando a Ovidio a la villa de Tomos en el Ponto Euxino. Allí murió a la edad de cerca de sesenta años, sin haber podido alcanzar el regreso al seno de su familia, y a su amada patria.

Entre sus copiosas producciones merecen lugar las poesías galantes, en las cuales imitó a los griegos, aficionadísimos a composiciones licenciosas, como se puede ver en Safo, Anacreonte y otros varios. Cuando apareció su Arte de amar, debió causar mucho ruido en aquella capital del orbe conocido, porque aunque la corrupción de costumbres, necesario efecto de las riquezas y del lujo, había ya llegado a su colmo, duraban todavía ciertos usos y leyes, sombra de la antigua austeridad republicana, que en la apariencia condenaban toda relajación y desorden; y sería ciertamente cosa extraña ver un poema preceptivo, que enseñaba la práctica de la misma corrupción, y que si tal vez no era capaz de introducirla, por lo menos suponía y hacía pública la que interiormente contagiaba a Roma, y era indicio de su decadencia. Lo cierto es que Augusto le halló tan eficaz, que le llamaba arte de cometer adulterios: juicio que, según unos, fue la verdadera causa del destierro del autor, y según otros, solo el pretexto para castigarle por agravios privados.Pero sea de esto lo que fuere, se ve que Ovidio fue castigado por culpas amorosas, a que seguramente le arrastraba su natural propensión.

Este Arte de Amar, que en nuestro español sin impropiedad podríamos llamar también arte de enamorar, y arte de cortejar, está dividido en tres libros. En el primero se enseñan dos cosas: los lugares donde se habían de buscar las mujeres que se quisiesen amar, y el modo de propiciar y poseer su corazón. En el segundo se dan preceptos para que el amor sea duradero. Y en el tercero, hablando con las mujeres, les dicta también reglas para amar y competir con los hombres. De modo que, según su plan, forma de la pasión amorosa una guerra entre hombres y mujeres: idea a la verdad muy propia y sublime, tomada ingeniosamente de la naturaleza y de las preocupaciones de los dos sexos.

Tiene este poema todas las cualidades de didascálico: brillan en él los principios, la invención y el orden en cuanto al arte; y en cuanto a la locución, la belleza, la elegancia, la armonía, el laconismo y pureza de la lengua latina. Sus episodios, aunque parte accesoria, tienen tal mérito, no solo por su enlace, sino por su delicadeza y hermosura, que en mi concepto exceden al cuerpo de la obra. ¡Ah, si me hubiese sido dado conservar en la traducción toda la belleza del original para confusión de los presuntuosos modernos, que creen igualar a los padres del buen gusto desdeñando su estudio y aun su lengua! ¿Y quién podrá alabar dignamente la filosofía con que Ovidio trata la pasión de amor, aquella filosofía conveniente a la poesía, de que los modernos nos dan tan escasos ejemplos, y que los antiguos poseían y sabían emplear con tanto magisterio?

Ovidio usa en esta composición de versos elegíacos, que por carácter son sencillos, tiernos y sentenciosos.Yo he procurado ceñirme al carácter del original: he procurado vestir el latín de castellano, y no este de latín: he procurado conservar en la prosa el sabor poético, el tono elevado y metafórico del original: empresa harto inaccesible a mis débiles fuerzas.

Tal vez no se verá en la traducción toda la gracia poética del original, porque esta consiste por la mayor parte en la sonoridad métrica, en transposiciones, conjunciones, repeticiones, voces tal vez sin equivalente, en transiciones, en alusiones peculiares de tiempos y costumbres, o en fin, en alguna de aquellas circunstancias que ni se pueden conservar, ni tendrían mérito en las lenguas vivas; o que conservadas, no serían en opinión de los juiciosos más que ripio y pedantería. La diferencia de lenguas es regla fundamental, y por eso son sin duda tan viciosas las traducciones servilmente literales, como las excesivamente libres. Por otra parte el original latino no es de aquellas composiciones en que se debe ostentar y sostener todo el estilo poético; al contrario, perteneciendo al género didascálico, está forzado a imitar la naturalidad prosaica para hacer claros los preceptos, reservando para los episodios mayor pompa, sublimidad y riqueza. Pues véase también como esta parte episódica resalta más en la traducción; allí hallarán con que contentarse los que solo tienen por poesía el estilo altisonante, y no la invención, variedad, propiedad y fluidez.

Estoy persuadido de que la presente traducción excede a algunas extranjeras que he visto, y aun a la única castellana en verso que se imprimió, y se ha hecho ya tan rara, que son más raros los que saben que la hay; porque ninguna conviene con el original, como debe.La redundancia, la inexactitud, el mal lenguaje y la arbitrariedad son sus principales defectos: en una palabra, las reglas de traducir se hallan quebrantadas en ellas abiertamente.Basta: mi ánimo no es criticar, sino presentar al juicio del público lo que he podido adelantar sobre los que me precedieron.

La he llamado Arte amatorio, que es su verdadero título, según los más antiguos manuscritos que existen de este poema, y la autoridad de varios escritores que hablaron de él, y le citan.

Aún no tenemos un ejemplar correcto de las obras de Ovidio: todos los códices estan llenos de errores y variantes, que ponen en perplejidad a los más peritos en la lengua latina, y a los que trabajaron en purificar su texto y conciliarlo, estudiando el estilo del autor, y confrontando unos pasajes con otros análogos, y aun con los de algunos escritores que coinciden en los mismos pensamientos.Por esta razón me vi casi precisado muchas veces a adivinar el sentido genuino, o interpretarlo, y aun por esto mismo dejarlo acaso imperfecto, cediendo a la necesidad de leer como se halla escrito, y de conformarme con la puntuación prosódica y ortográfica. Sigo la edición de Leyden, que pasa por la más ilustrada y correcta, confesando que a sus notas he debido mucha luz para entender lugares en que sin tal guía iría a ciegas, y en que, aun con ella, no me prometo entero acierto.